lunes, 3 de octubre de 2016

EL HÁBITO HACE AL MONJE. ¿ES USTED EL CONSERJE?

     La discusión bizantina perdura.  ¿El hábito no hace al monje?  ¿O quizá sí? Aristóteles, la potencia y el acto, lo físico y lo metafísico,  quizá lo moral y lo ético...En defintiva, la fábula de la buena educación como sofisma que admitimos sin discutir, pues que la educación no necesita de adjetivos: es o no es.  Todos esos subterfugios de buena, mala, deficiente, aristocrática, ramplona etc. son adjetivos que distraen.   Educación se tiene o no se tiene.  Y después vendrá la escala casi de Jacob: más o menos educado, según circunstancias.

   Lo escribo porque ayer, por la tarde,salía de la Facultad de Letras para encaminarme al Aulario de La Merced a impartir mi Curso de Libros que,  gratis  et  amore, vengo llevando a cabo desde que me jubilaron por mor de la legislación vigente.  Y mientras el Rector no me desahucie del recoleto despacho que aún conservo en la universidad, ocupado más de medio siglo, continuaré con la tarea.  Siempre, claro está, que mis condiciones físicas, mentales y éticas me lo vayan permitiendo.
  Pues bien,  llegado que fuí al descansillo donde se ubica la conserjería, la puerta estaba cerrada y el habitáculo vacío. Y héte aquí que un joven estudiante de Letras me pregunta: "¿Es usted el conserje?".  Menos mal que utilizó el usted, que la mayor parte de sus compañeros, ni eso, habida cuenta de que todos somos iguales, pese a la edad entre otras circunstancias adventicias.  Le respondí que no y que observara la carpeta, los libros y las gafas de presbicia que yo portaba.
   Es lo cierto que, desde que me reconozco persona por la tierra, siempre he usado indumentaria cómoda, respetuosa con los otros, pero muy alejada de las modas y los modos profesionales al uso: terno, camisa y corbata, como corresponde a los catedráticos que se precien, según consenso general, cuandomenos, desde que la democracia (es un decir) tuvo a bien llegar a este país de todos nuestros pecados, pero también de todas nuestras virtudes, en general consecuencia de la educación recibida, e incrementada individualmente según capacidades y deseos de la propia hominización.
   ¿Un catedrático mejor que un conserje o a la inversa? Como diría Jardiel Poncela, ni sí ni no, sino todo lo contrario.  No se trata de valores incorporados por la civilización o los cambiantes modos de convivencia. Son distintos, diferentes y complementarios. Una sociedad poblada, mayoritariamente, de catedráticos o de conserjes,  resultaría invivible y encaminada a la mutación regresiva, amén de claro ejemplo sevático. 
   Y es que SER catedrático es importante y necesario, como SER conserje también lo es.  La esencia es lo que importa.  Hay que descender a lo fundamental y dejar las circunstancias variables,  y en muchos casos perecederas, para matizar el cañamazo común que va constityendo la vida humana en su constante devenir.
  Reconozco que ésto es muy difícil de entender, mucho más de admitir y compartir con elevación de miras:  llevamos milenios intentándolo, pero siempre acaba por aparecer el león sordo que termina con el concierto mientras engulle al director de la orquesta y otros músicos.  
  Si un catedrático, indumentaria mediante, tiene aspecto de conserje, es porque pudo haberlo sido.  Si un conserje tiene aspecto de catedrático, es porque también pudo serlo si las circunstncias que apuntan a lo permanente le hubieren sido favorables.
  En definita, siempre nos quedará París, como recurrencia y aspiración última y esperanzada.  Es decir, siempre dispondremos de los clásicos a lo que recurrir para mejorar, no inutilmente, la persona que soy y la tribu a la que pertenezco.  Dice el clásico popular africano: es necesario el concurso de toda la tribu para educar a un niño.  Y dice también Gonzalo de Berceo con claridad: "Tolgamos la corteza,  al meollo entremos".  Cuestión de palabras, que transportan ideas, que comportan emociones.

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