sábado, 15 de octubre de 2016

EL MAESTRO AL QUE UN DÍA JUBILARON. HISTORIAS DE MEDIANOCHE

    Los viejos maestros nunca se jubilan.  Como los rockeros que andan siempre viajeros en la carretera.  Los maestros nunca debieran ser jubilables.  Los viejos maestros poco tienen que ver con la burocracia, y mucho menos con la mediocridad. Los viejos maestros lo son, precisamente, porque pasan la vida intentando que la vulgaridad se convierta en excelencia, siempre a la búsqueda del tiempo perdido proustiano, con el intento de hallar a la vuelta del camino el punto de apoyo que Arquímedes pretendía para mover el mundo, para cambiarlo no inutilmente, según el gran poeta cuasi místico.


   Los viejos maestros atesoran un buena cabeza y un corazón siempre abierto para los discípulos.  Nunca se cansan, sobreviven siempre. Y permanecen juveniles porque su mester, también menester, se desarrolla y progresa en sintonía con los jóvenes "que se arriman a su cátedra",  que también dijo el buen escritor y catedrático en Salamanca.
   Esta mínima reflexión da paso a la historia elocuente, agradecida y privilegiada historia de uno de esos viejos maestros, que traspasó la frontera de los setenta años (anda próximo a los ochenta) cargado de vida, acompañado por cientos de buenos alumnos desparramados por diversa geografía ejerciendo la enseñanza, casi todos, en aceptables condiciones físicas y mentales, sin ánimo alguno de retirarse a los cuarteles de invierno, aunque siempre le acompañarán los  "pocos y buenos libros" que preconizaba el poeta clásico: "Ven y verás al alto fin que aspiro, /  mientras el tiempo muere en nuestras manos".
   Os cuento.  La historia comenzó hace medio siglo dilatado, allá por las arriscadas montañas castellanas, cuando las carencias eran notorias, muy pocas cosas se habían hecho tras una fratricida guerra,  y casi todo estaba por hacer, ominosa si que feliz carga que recaería sobre los hombros de aquellos niños, pues que sus padres bastante habían padecido y estaban realizando el milagro de la supervivencia con el mejor áimo esperanzado.
   Al futuro viejo profesor le llegaron los estudios como auténtica tabla de salvación personal y colectiva. Bachiller aprovechado, carrera fecunda y doctorado brillante para culminar su etapa académica.  Despúes le vino a visitar la seguna fiesta nacional de los españoles: las oposiciones,  para logar puesto de trabajo idóneo y prolongado.  Muchas veces contó con humor, yo msmo se lo escuché en más de una ocasión, la contradicción vital e intelectual en la que incurría, pecando a plena conciencia y con escaso propósito de la enmienda correctora.  Su padre había sido un excelente Maestro de Enseñanza Primaria y el gran mentor que todo adolescente necesita para conducirse bien en la vida.  Quizá ya en los genes, por esta favorable circunstancia, el viejo maestro eligió la docencia como proyecto casi único.  Y aquí la contradicción: pasaba los años con crecientes catilinarias contra las oposiciones, mientras las realizaba sucesivas y ascendentes, como si de una escala de Jacob se tratara. Todos los grados de la enseñanza:  escuela, instituto y universidad.  Llegado que fue a la cátedra universitaria, despareció la contradicción, aunque continuó con las diatribas.
   Medio siglo largo en las aulas, con todos los avatares imaginables, pues nell  mezzo del camin di nostra vita (Dante) le cogió la democracia prometida. Programó y realizó de todo y para casi todos.  Siempre a satisfacción plena. Miles de alumnos, centenares de discípulos y unos equipos extraordinarios le ayudaron grandemente: de todos se siente orgulloso, amén de agradecido, que aquí la tarea de grupo bien organizado es fundamental. Los curiosos pueden pinchar su nombre en internet y alguna información interesante recibirán.
   Y llegó el otoño, setenta años cumplidos, actividad intensa todavía, pero  "dura lex, sed lex" ,  exigiendo la jubilación administrativa. Juego burocrático bien distribuído, su universidad le ofreció cuatro años de emeritazgo bien retribuído y sin obligación de trabajo. Eligió seguir dando clase como siempre. Después tuvo derecho a dos años más como Emérito Honorífico, que también aprovechó. Incluso solicitó al Rector otros dos años suplementarios, pues pensaba legar su amplio archivo y necesitaba un tiempo para organizarlo en alguna medida.
   Aquí comienza lo fundamental del otoño del casi ya patriarca (guiño a la gran novela de García Márquez) que le interesa descar: los reconocimientos y homenajes ofrecidos por la Institución y por todas y cada una de las personas y grupos con los que tuvo el placer de relacionarse. 
   Continuará, para no cansar al lector, como en las buenas novelas por entregas, cuyo pionero y mejor modelo en nuestro país fue don Benito Pérez Galdós. Nos volveremos a ver, si así os parece.

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