sábado, 22 de octubre de 2016

EL MAESTRO AL QUE UN DÍA... ( DOS)

   Así vino aconteciendo durante muchos años, todos felices sin exclusión, en el bien entendido que la felicidad no es conjunto de ratos buenos en exclusiva, sino la sabia combinación con otros no agradables, pero aceptables como catapulta para obtener resultados positivos, tanto para uno mismo cuanto para los demás con los que tienes relación. 


  Si se trata, basicamente, de alumnos, de nuevo miel sobre hojuelas.  Los ha tenido pequeños, de cuando el bachillerato comenzaba a los diez años;  también adolescentes, hermosa y revoltada etapa con todos los predicamentos a su favor si padres y profesores saben estar a la altura de las circunstancias;  y universitarios, estupenda edad para descubrir maestros y discípulos,  si las circunstancias propician inteligencias y voluntades dispuestas a la emisión de grandes verdades y ejemplos, así como a la recepción de la sabiduría en ciernes que los alumnos desarrollarán según sus buenas capacidades y emociones:  es la etapa que marca definitivamente. Y entonces, bienaventurados los discípulos que pudieron encontrar pocos, pero buenos, maestros. 
 Y bienaventurados los buenos maestros que también  encontraron excelentes alumnos.
  En tal sentido, afirma sin ambages, que fué feliz con sus maestros, cinco en particular, todos magníficos.  Y también lo sigue siendo con la pleyade de buenos alumnos y extraordinarios discípulos: son los que suelen venir por su despacho para conversar, recordar sin añoranza y proponer con entusiasmo.
  Pues bien, decíamos ayer  (Fray Luis siempre presente) que al viejo profesor lo jubilaron administrativamente.  Pero él, terne y refractario al ´dolce far niente´, continuó laborando en lo que mejor sabía: los territorios literarios y el complejo mundo de las emociones derivadas. 
   Mientras y en paralelo, llegó para él la hora de los reconocimientos, incluso de los homenajes.  Le produce cierto grado de rubor ponerlo de relieve, pero es verdad que lo colmaron de agasajos, todos cercanos y emotivos.  Por otra parte, quienes  (muchos )  los propiciaron y llevaron a cabo,  merecen el recuerdo y la cita.  El equipo  último con el que trabajaba a la sazón y que bien representaba a los precedentes (más de doscientos alumnos, antiguos alumnos y profesores de los tres niveles los fueron constituyendo), que padecían con inteligencia y afecto sus exigencias y perfeccionismo por la obra bien hecha.  Los estudiantes que se arrimaban a su persona y zaumásico magisterio mucho más que a su cátedra.  Los compañeros no sólo de la Facultad de Letras.  Los grandes escritores que invitó a las aulas y que casi todos lo distinguieron con su amistad reconocida.  Y una legión de amigos de la más diversa edad, entidad y profesión.  Nunca lo agradecerá bastante.
  Todo comenzó con el clásico libro de estudios,  habitual en el mundo universitario cuando se producía la jubilación.
Sin entrar en juicios de valor, tan sólo afirma que son dos volúmenes con más de novecientas páginas. Eso lo dice todo.
  Item más, otro libro de primorosa edición titulado "Cinco libros en mi vida", en el que escritores, profesores, estudiantes y otros muchos amantes de la literatura eligieron los cinco libros que, no importaba la edad ni otras circunstancias, más y mejor habían influído en su propia peripecia vital.
   Además,  un magnífico Curso en torno a la experiencia universitaria, en el que participaron desde los Rectores con los había convivido hasta estudiantes Erasmos que pasaron por sus clases.  Todo brillante y recogido en excelente volumen bajo el título  "Elogio de la Universidad. Medio siglo de historia personal".  También recogidas sus intervenciones en magnífico libro.
  En el acto de clausura estaban presentes los cinco Rectores felizmente vivos.  En la mesa presidencial, el Rector,  el Decano de la Facultad,  su discípulo y sucesor en la Cátedra,  un querido antiguo alumno que tuvo a bien ocuparse de la Laudatio tradicional, así como el alcalde de su pueblo soriano, compañero de pupitre en la Escuela donde el padre del homenajeado ejercía de soberano Maestro.

   ¿Qué más y mejor podía pedir?  Desde entonces recuerda emocionado, y comenta siempre que tiene ocasion, la conocida formidable ´Parábola del sembrador´,

convencido de que su siembra vocacional había recibido el ciento por uno en ópima cosecha.
  Colofón de oro:  la cena final, que merece un capítulo aparte y algún día lo escribirá.  Baste decir que estaban todos los que eran. Y eran todos los que estaban.  Con humor cervantino,  alguien apuntó que aquel ágape vino a ser una simbiosis de la Cena de Trimalción y las Bodas de Camacho... Y sí,  "la del alba sería " cuando los comensales emprendieron la gozosa retirada camino de sus lares. 

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