miércoles, 24 de junio de 2015

Siempre os invito a leer, nuevo curso de lectura

  Quiza un poco pesado, demasiado extenso el texto que os acabo de ofrecer, resultado de una larga conferencia hace poco impatida. Me lo disculpáis con magnanimidad.
  Este será breve, por justa compensación. Tan solo para invitaros a participar en el próximo Curso de Lectura, que comenzaremos en septiembre. Los interesados , enviadme un correo y seguiremos hablando. Me gusta planificar con antelación, que toda repentización es mala. Mi correo  vicpolo@um.es    Título del curso, " Los libros y la felicidad " .  Basta con vuestro nombre. Feliz madrugada.

Literatura entre siglos y generaciones literarias

    A la hora de organizar los materiales literarios que ofrece la historia, para establecer un mínimo de orden cronológico, temático y de géneros, las dificultades se revelan notables y de no fácil salvamento.
   Los métodos histórico-documentales son más asequibles. En principìo, basta seguir el camino histórico y detectar autores y tendencias a través de los siglos, de manera que los documentos encontrados fundamenten la urdiembre del tejido. Lanson y Larroumet lo dejaron establecido, exigiendo la total ausencia de juicios críticos para evitar la confusión. Pusieron de relive lo que décadas después dirá Rousseau el crítico, al establecer como principio que basta con mostrar lo que se desea transmitir, afirmando:"Esto es un cardo; esto es una rosa". La objetividad mayor posible.
  A su vez, los métodos formalistas optan por, casi, todo lo contrario. Desde la estilística , el campo se rotura de manera muy diferente. Los aportes de Karl Vossler y Leo Spitzer todavía son tenidos en cuenta en la investigación. El formalismo ruso desplegó teorías múltiples que todo el mundo aceptó, de manera especial en las aulas universitarias, vía Facultades de Letras. Y desde  esos orígenes, la dualidad quedó troquelada: métodos historicistas y métodos formalistas como las dos columna que sostienen el edificio de la crítica literaria, de la explicación que los libros necesitan para llegar adecuadamente a los lectores, teniendo en cuenta los diversos niveles de recepción.
  Quizá, por otra parte, conviniera distinguir entre los medios empleados para la explicación práctica de lectura y aquellos otros más propios de la investigación académica, aunque todos tendentes a desbrozar los caminos de los textos creativos, unos más asequibles, otros con notables dificultades a la hora de la exégesis, para que el cuadro resultante quedara bien matizado y visual.
   Así podríamos llegar al paradigma de las Generaciones Artísticas como forma de acceso a las obras de arte. Me refiero a todas las artes, porque conviene recordar que la explicación literaria, en numereosas ocasiones, corre un poco a estímulos de otras artes. Bastaría recordar el método de Francesco Flora, que relaciona la literatura con las demás artes, para entender que las tradicionales cinco, repartidas entre plásticas y del tiempo, constituyen un todo, sólo parcelado a efectos pedagógicos y de comprensión asimilada.
  Tambien es oportuno aludir, como prenotando, a Hegel y Wölfflin en tanto que propedeutas. El primero incorpora la filosofía, muy oportunamente pues que los lenguajes poético-filosóficos arrancan del mismo origen y se bifurcan para complementarse. Cuando establece la dialéctica tesis-antítesis-síntesis aporta un camino que también puede predicarse del mundo literario. Bastaría, para ejemplificar, con recurrir a los movimientos clásicos, románticos y realistas para definir el parangón. Y así saltaríamos del pensamiento filosófico completamente abstracto al del arte variado, en este caso con los libros como base de sustentación y meta final del desarrollo. Las tríadas hegelianas han contribuído grandemente a los estudios literarios y su modernidad.
   El arquitecto suizo Wölfflin establece las parejas conceptuales como método adecuado para organizar las artes plásticas. Y a su estímulo, los avisados estudiosos y críticos literarios (no hay que olvidar que los profesores lo son en gran medida) las adoptan sin mayores dificultades. Valga un ejemplo revelador, ancestral y permanente mientras un libro siga siendo lo que es y por lo que nació: la pareja apolíneo-dionisiaco, equilibrio, proporción y medida, frente a irracionalidad, desmesura y falta de límites o fronteras. La fiesta de los placeres físicos será siempre la segunda. La fiesta de los placeres intelectuales, siempre la primera. Apolo y Diónisos, ya desde la lejana y permanente mitología griega para nosotros. 
   Con ello, sucintamente, abocamos al discutido término de las Generaciones en Arte, ahora literarias, que tanto dieron que hablar y escribir a partir de los años cincuenta del siglo pasado, fenómeno importante para agrupar una serie de escritores de parecida edad, gusto por la escritura y ciertos asuntos que les atraían y aglutinaban en alguna medida.
   Cuando Julius Petersen acuña la expresión, todo el mundo se acerca para observar y comprender que se ha dado un paso adelante. Por nuestra parte, será Julián Marías, docto y preparado, pensador que sigue muy de cerca a Ortega y Gasset de quien se declaró discípulo, el que organice un libro a tal menester dedicado, de manera que al poco tiempo -al menos, en los territorios académicos- el concepto y su desarrollo alcanzarán carta de naturaleza. Ytodo el mundo aceptará que las generaciones existen y constituyen un buen método para organizar, de modo mucho más moderno, la materia literaria.
  No lo veo tan claro. De muy atrás, vengo teniendo dudas en cuanto a la oportunidad de tal método en exclusiva. Quizá en algún caso pudiere ser de mayor eficacia y claridad, sin duda, pero no siempre y para todas las épocas y tendencias. Establecido quedaba el siglo como punto de refeencia y acotación. Aceptadas quedaban las tendencias y modas literarias. Siglos sucesivos a partir de la Edad Media. Tendencias desde la misma época. Renacimiento, Barroco, Neoclasicismo, Romanticismo, Realismo, Naturalismo, Modernismo... Hasta que llegaron las primeras décadas del siglo XX con la gran floración proteica del arte, también de la literatura. Incluso nuestro Siglo de Oro abarcaba siglo y medio, a caballo entre el XVI y XVII. En fín, una tal complejidad resulta difícil de encasillar bajo un marbete limitado, por más abarcador que se quiera pretender.
   Nosotros observamos la Generación del 98 y todo parecía claro. Los escritores que la constituyen se agrupan bien y, desde libros como el de Laín Entralgo, nadie dudaba: Unamuno, Machado, Azorín, etc. pertenecían a ella y no había más que discutir.
   Ello no obstante y desde los postulados fundacionales, la generación debía tener, entre otras características y realidades, un jefe, unos asuntos (pocos) comunes a todos y, de manera especial, una estética común.Pues bien, basta leerlos y observarlos con  atención para concluir que no se cumplen las condiciones de salida y definición. Y esto por dos razones, entre otras muchs que podríamos discutir. Una, el reduccionismo acotado que siempre limita la materia, porque la vasija resulta rígida y con demasiadas fronteras. Dos, el maniqueísmo más o menos encubierto que suele caracterizar al crítico, profesor o exégeta. Tal actitud no es aceptable, porque siempre solemos caer en idéntica tentación: organizar la materia artística como hacen los científicos con su campo, mimetizando por nuestra parte sus métodos. Pareciera que si no somos ciencia, somos muy poco. Y se olvida que el arte es libertad imposible de observar y analizar en una probeta. Si alguien dice hache dos o, todo el mundo que escucha entiende que se está aludiendo al agua; pero si ese mismo alguien afirma la metáfora del viento en el poema "Presencias", será muy difícil la uniformidad de entendimiento. Que la ciencia es un sistema de verdades relacionadas entre sí, mientras que el arte es una serie de relaciones potenciales en busca de la verdad revelada en cada caso.
   De todos modos hay que hablar de lo que pudiere unir a la generación (claro queda que prefiero la palabra grupo como más adecuada y representativa) dentro de ella misma, a la vez que rastrear algunos eslabones de enlace entra las "generaciones" que se van sucediendo en el tiempo.
   Desde la caída de las últimas colonias del imperio español y su depresión (individual y colectiva) subsiguiente, tres generaciones han sido detectadas y estudiadas: la del 98, la del 27 y la de los años 50. Dos observaciones. Una, seguiré llamando generación al grupo. Dos, sigue siendo el tiempo, el año, la década, la fecha de celebración o recuerdo, lo que mueve al estudio y clasificación.
  La verdad es que las tres generaciones tienen más disimilitudes que parecidos, como no podía ser de otro modo, aunque también es cierto que, dadas las características generales del siglo y sus avatares, las tres coinciden en ser notarios de su tiempo. Dijo Amiel que la felicidad no tiene .Y resulta mucho más fácil dedicarse al arte y sus derivaciones cuando la humanidad se encuentra en periodos más tranquilos, para confirmar lo que Oscar Wilde preconizaba para la literatura, descargándola de compromisos socioeconómicos y de tragedia.
  Los del 98 apuntan directamente a la diana. Unamuno hablaba del dolor de España, que les afectaba directa y profundamente, de manera que el año de la pérdida de la últimas colonias del desmedido imperio español les hace afrontar los hechos sin subterfugios. El país se halla deprimido, los intelectuales agobiados y los escritores no alcanzan a ser una excepción. Apuntan a España y sus problemas y, en mayor o menor medida, están condicionados por la tragedia colectiva. Vuelven la mirada a su interior y la intrahistoria se revelará como determinante de su quehacer. Todos sus componentes reflejan la situación en sus libros, bien como directa expresión en los textos creativos, bien como ensayos que intentan explicar lo difícil, sobrevenido y sorprendente. Unamuno lo hace, también Baroja y Azorín, incluso el propio Machado.
  Pero además de los temas y motivos, cuando se trata de configurar su propia poética, los principios y caminos por los que pretenden que su literatura discurra, las diferencias son notables y, bien mirado, mejor que así sucediera, porque se manifiestan complementarias. La narativa de Baroja y Azorín, pocos puntos formales tienen en común. Las trilogías del primero, los libros sosegados, lentos de tiempo y tempo del segundo, contrastan notablemente. Repito que eso ha sido bueno para nuestra historia literaria.
   Los del 50 insisten en lo mismo. Ellos no lo saben, pero los historiadores los consideran fruto de su tiempo comprometido. La dictadura no permite muchas alegrías, pero los escritores siempre encuentran vicecaminos y meandros para distraer la excesiva presión, prohibiciones y agobios personales y colectivos. Novelas coml "El Jarama", de Sánchez Ferlosis, realismo de la mayor objetividad y monotonía posibles, permiten a los estudiosos afirmar que los tiempos han venido para la denuncia, los asuntos sociales, la represión y el deseo de salir de atmósfera tan cargada y paralizadora. Así coinciden con los padres del 98.
  Y como era previsible, la narrativa sobreabunda con respecto a la poesía, todo un síntoma de los nuevos tiempos. Los poetas son menos y de menor entidad, reducidos en caso extremo a los cerrados círculos de amigos y grupos minoritarios. En este sentido, cierran el vallado del 98, que sí anota en sus filas la elevada cumbre poética de Machado, cuyos "Campos de Castilla" bastarían para llenar los anaqueles de un siglo poético.
  Claro que en el interim hallamos a los del 27, generación poética por antonomasia. Aquí hay una fecha, 1927, pero el acontecimiento resulta estrictamente literario: es el centenario de Góngora y su celebración pública por una serie de poetas que desean abrir fronteras, renunciar a realismos chatos y naturalismos ramplones, así como a formas de gay trinar grandilocuentes y un tanto vacías, según ellos. Eso está bien, matar a los padres literarios para afianzar su personalidad propia, más joven, fresca y prometedora. Con el tiempo se darán cuenta de que no descubren nada nuevo, sino que repiten, para bien, los corsi-ricorsi tradicionales, gracias a los cuales la humanidad avanza, incluso y sobre todo en el arte de la palabra. Valga una pequeña  ironía no tan dulce: con el tiempo don Benito "el garbancero" sigue siendo leído por necesidad y deseo, mientras que algunos devotos de Góngora duermen en el fondo de los anaqueles. Esto de las revoluciones excluyentes siempre termina igual. Lo bueno, permanece; lo coyuntural y de poco valor, periclita. No es necesario llegar al extremo inmóvil:"En literatura, lo que no es tradición, es plagio". Pero tampoco al contrario. A lo mejor fuera bueno recordar:"Vámonos poco a poco, amigo Sancho, que en los nidos de antaño no hay pájaros hogaño."
   El caso es que los del 27 son, casi todos, poetas, muy pcos prosistas y no demasiado brillantes. El tiempo histórico así lo exigía y no estaban las otras circunstancias para que aparecieran florecientes narradores. De tal modo, al menos, lo parecía. Nombres como Jorge Guillén, Luis Cernuda, Rafael Alberti o García Lorca siempre habrán de figurar en toda nómina o antología. Sin preterir a ningún otro, constituyen el meollo de aquella poesía y se complementan a la perfección, de manera que son mutuamente necesarios.
   Y con ello, llegamos casi al final. Me pregunto cómo agrupar a los que vinieron, y están viniendo, después, desde los novísimos que ya son abuelos, a los más jóvenes, que empiezan a despuntar un tanto desorientados, pues ignoro si acaban de entender que la literatura no es empresa económica, ni publicidad para incultos y pacatos, ni modas pasajeras, ni solipsismo encastillado. Ni feria ni torre de marfil.
  En todo caso, generaciones, grupos, tendencias, orientaciones, sociedades más o menos secretas ¿qué importa el nombre? Será necesario renovar los métodos investigadores y de propedéutica explicativa, para incorporar un poco de orden y concierto en la selva de los libros que aparecen cada hora. Y que se produzca como en la metáfora de Machado:"El rayo de un camino en la montaña".

martes, 23 de junio de 2015

Un claustro renacentista y un pozo, todos los días

  Un buen amigo, profesor de Derecho, me invita a café. Hablamos y, en un momento dado, me indica el privilegio que gozamos, entre otros, los que vivimos esta universidad: contemplar y pasear a diario un claustro renacentista, entre cuyas columnas y arcos damos clase, investigamos, hablamos con los alumnos (que siempre merecen la pena, dentro y fuera de las aulas), meditamos en ocasiones, incluso reímos a tenor de la juventud que nos rodea.
  Cierto que los niveles universitarios apenas pueden descender más, que la desidia generalizada frente a la enseñanza (solicitar educación sería pedir gollerías), el desamor a los libros y otras muchas sinrazones, pueden producir una cierta "aspereza espiritual", como decía Balmes. Pero los viejos del lugar universitario hemos aprendido que las pequeñas grandes cosas constituyen la felicidad, si que no el contento material de los tontos. 
  Por eso valoramos el claustro que nos acoge. Y en su centro, el pozo de piedra y la cobertura (cuasi fermosa, en palabras del marqués de Santillana) de hierrro forjado. No dejo de mirarlo todas las mañanas, rodeado de cesped y abetos, otrora poblado de rosas. Y siempre me emociona, entre otras razones porque junto a él, y sobre él, nos hicimos las primeras fotos de cuando entonces, en aquellos asendereados y felices tiempos de nuestros estudios de letras, justo al terminar la licenciatura deseada.
  Sigue siendo un privilegio y un placer diario. Lo atravieso todas las mañanas camino de mi despacho, donde continúo trabajando y organizando el formidable archivo que donaré a la universidad. El tiempo pasa, pero la voluntad permanece. Y esto que termino de escribir, bien pudiera ser la respuesta a esos compañeros que se sorprenden de verme aún por los claustros, por el despacho, por las aulas impartiendo cursos gratuitos y voluntarios en torno a los escritores y los libros. Si recuerdan a Garcilaso:"No me podrán quitar..." Pues eso, sin dolorido, incluso con él. Que la naturaleza humana es la mejor fuente de sorpresa y maravilla.

sábado, 20 de junio de 2015

Don Manuel Muñoz Cortés, un siglo de vida

  Hace unos día vivimos una hermosa tarde de la primavera mediterránea. Lleno el Hemiciclo de la Facultad de Letras, un profesor que organizaba moderando y cuatro profesoras estrechamente vinculadas al homenajeado: su nieta y biógrafa, la profesora que lo heredó en la cátedra de lengua y otras dos a quienes dirigió su tesis doctoral. Los cinco en el estrado, mesa presidencial. El resto de asistentes, casi todos alumnos suyos a través del tiempo, sin con predominio de los más históricos, casi todos dedicados a la enseñanza y algunos ya jubilados. Que así sucedió y así ha quedado escrito.

María Martínez del Portal, en el recuerdo

  La muerte forma parte esencial de la vida, imposible comprender la una sin la presencia de la otra. Así estamos hechos. ¿Vivir para morir? No, vivir para vivir mejor, considerando la lejana muerte como un estímulo para no perder el tiempo en razonamientos vanos, en vanas e infecundas emociones. Vivir a plenitud. Y cuando la muerte llama, recordar al clásco:"Pallida mors aequo pulsat pede pauperum tabernas regumque turris". Igualados al nacer, al morir igualados. Esa es nuestra miseria y, al propio tiempo, grandeza en tanto que hombres.
  Hace unos días ha muerto María Martínez del Portal, sobrina nieta de José Martínez Ruiz, Azorín para los amigos lectores. Todo el mundo de su entorno ha reconocido, por escrito y en imágenes, la importancia de su magisterio y la calidad de su escritura. No insistiré.
  Me interesa destacar que la conocí hace muchos años, cuando todo era más difícil, sin quejas inanes, y la literatura empezaba a formar parte de nuestra vida no solo profesional. Primeros años sesenta !qué tiempos!
   Universidad de provincias en población todavía bastante provinciana. El joven estudiante ha terminado los dos cursos comunes de Filosofía y Letras y comienza, tercer curso, la especialidad de Filología Románica (francés, italiano, rumano, catalán y gallego como ejes vertebradores). Pequeña Facultad, único seminario en la tercera planta del edificio renacentista, claustro verde con pozo que permanece. Desde la ventana contemplamos el gran ficus y las catorce palmeras. Armarios de madera llenos de libros. Estufa de serrín y, sobre los aros desmontables, una gan lata de melocotón en almíbar con agua hirviendo para humidificar el ambiente. Dos modestos despachos de los profesores Valbuena Prat y Baquero Goyanes, reorganizados con la llegada del profesor Muñoz Cortés. Todo muy familiar y doméstico.
   Tres estudiantes, chico y dos chicas, acuden casi todas las tardes para estudiar. Y allí encuentran a dos Licenciadas treintañeras muy centradas, diz que preparando las oposiciones de Cátedras de Instituto, María una de ellas. 
   El respeto cuasi revenrencial de las primeras semanas se va tornando más cercano. María es de caracter abierto, proclive a la conversación, y no tarda en establecer corriente de ósmosis con los tres jóvenes. Hablan de lo divino y lo humano, de cine, de teatro, de la huerta, del sol, el mar y la montaña. El estudiante toma café algunas veces con ella. Buena corriente de simpatía y ayuda,por su parte, con vistas a la mejor orientación del alevín universitario.  Se desarrolla buena amistad, que perduraría en el tiempo con encuentros más o menos espaciados, pero siempre agradables.
   Un buen día regresó gozosa, casi exultante: había aprobado las dichosas oposiciones. Felicitaciones, celebración y comienzo de una larga y fructífera ocupación docente, investigadora y de creación literaria. Hoy ha desaparecido de esta vida nada miserable. Pero le que quedan las otras dos cantadas por Jorge Manrique. Quizá en ellas nos encontremos, es un amistoso deseo.

martes, 16 de junio de 2015

Cursos de verano, experiencia formidable en El Escorial

   Sabido es que los cursos de verano nacieron como extensión natural universitaria, una vez terminado el curso académico normal y aprovechando la época estival para no cerrar del todo los edificios clásicos y, con ello, aprovechar para satisfacer el deseo de conocimiento de los más interesados y avanzados estudiantes, acompañados de sus profesores y otros invitados como excepción positiva. Todo, en ambiente y contexto más relajado, armonizando una vez más la fórmula horaciana de mezclar lo dulde con lo útil.


     ¿Y en qué han venido a terminar? Prefiero no emitir juicios de valor, pero en estos tiempos difíciles (también para la lírica) cualquier universidad de pacotilla, de las docenas que pueblan el país, completamente innecesariaas y, en ocasiones, francamente perjudiciales pues no alcanzan los mínimos axigibles a tan prestigiosa y pretigiable institución, se siente en la obligación de programar un campamento de verano con cursos que harían reir si no fueran para llorar. Eso sí, los publicitan a bombo y platillo, afreciendo toda clase de prebendas y maravillas, entre otras los asendereados "créditos" para rellenar curriculum.
   Por nuestra parte, vivimos época dorada en El Escorial, vía universidad complutense. Dirigí un curso anual durante una década, con un equipo ya baqueteado en duras y brillantes lides: me siento muy orgulloso de las gentes que conmigo colaboraban, convencido entonces, y ahora de su labor discreta entre tanto artista de la palabra, cuyos egos, a veces, no resultaban fáciles de modular.
   Allí llevamos a cuantos escritores tenían algo que decir interesante. Hispanoamericanos y españoles con preferencia, aunque también arribaron de otras latitudes y lenguas. Vivencias extraordinarias y resultados magníficos. El esquema era muy sencillo: conferencias por la mañana, coloquios y lecturas por la tarde, conversaciones inacabables por la noche hasta el amanecer.
      Disponíamos de dos estupendas sedes, la Residencia Infantes y el hotel Felipe II. La primera, modernizada y junto al Monaasterio, en el pueblo. El segundo, allá en lo alto, entre pinos y retamas, rodeado de   granito montaraz emanador de efluvios misteriosos. Su terraza impresionante no tenía parangón. Desde sus veladores, igual podías padecer (es un decir) un sol de justicia que contemplar la luna de agosta casi como si estuviéramos en una casa de te occidental. Todo hermoso, natural y atractivo. Si añadimos los cafetines, las heladerías y  algunos otros lugares de diversión, el conjunto resulta dificilmente superable. Se trabajaba bien, se aprendía mucho y la equilibrada relajación no faltaba.
   Venian de todas las latidues y la mayoria con altas capacidades y especialidad, importantes en su trayectoria profesional. Ciencias y letras estaban siempre bien representadas. Y desde discretos profesores hasta premios Nobel, es lo cierto que cada verano se concitaban personalidades relevantes que mucho tenian para enseñar.
   Por lo que a nuestro mundo se refiere, todo parabienes
y satisfacciones. Repito que dirigimos y organizamos una decena de cursos literarios, con sus correspondientes coloquios, mesas redondas y lectura de textos comentados por los propios autores. Medio centenar de grandes escritores, profesores y criticos pasaron por aquellas aulas privilegiadas. Quienes vivimos tan elevadas experiencias, experimentamos cierta capacidad de orgullo sano, incluso en el recuerdo.

jueves, 4 de junio de 2015

Mujeres universitarias en mi vida

      Andamos celebrando el centenario de la universidad de Murcia, con toda pompa y circunstancia, como hace y conviene al caso, que ya el buen paño no se vende en el arca.
     Miro hacia atrás, no sólo sin ira, sino con el afecto sereno y sonriente que van decantando los trabajos y los días, con mucho amor, pues no en vano llevo más de medio siglo en estos lares. Profesor desde mis veinticinco años, estudiante y estudioso siempre, con el valor añadido de propiciar corrientes de ósmosis, centrrífugas y centrípetas, que deben estar en la base de todo lo universitario, católico por naturaleza, es decir, universal sin limitación de fronteras, no importa si es el mar o la montaña quien sale al encuentro.
      Abrir todas las puertas posibles, para que el aire y el buen viento establezcan corrientes creativas de la misma dirección y sentido contrario. Que lo de la universidad se proyecte a calles y plazas. Y lo extrauniversitario penetre hasta el fondo y techo en las aulas. Ya voy siendo mayor, pero mi fervor por todo esto no disminuye, antes al contrario, me reconozco pecador impenitente de permanencia que vive: paseo los claustros, predico en las aulas, hablo con quien lo solicita, escribo para quienes deseen leer. Y no me canso de mirar el impresionante jacarandá, el descomunal ficus, los rojos geranios de los parterres. Y todo a través de las tres ventanas que me siguen correspondiendo en suerte. Con el añadido de la sempiterna maceta que me alegra desde el alféizar más cercano, en mi despacho.
     Soy así, me gusta serlo y el empeño permanecerá mientras Dios, la naturaleza y otras circunstancias adventicias lo permitan, pues resulta inútil luchar a contracorriente. Y desventurados aquellos que disponen de tiempo para aburrirse cuando llega la edad hermosa de la senectud.
        Pero volvamos al centenario y a las mujeres que marcaron mi vida académica en mayor o menor medida. Huelga decir que he tenido docenas de compañeras de pupitre, muchas compañeras profesoras y varios centenares de alumnas, entre las que se cuentan bastantes discípulas eminentes. Pero no hablo de ellas.


  
   Ahora importan las tres profesoras que marcaron, en cierta medida, mi etapa de alumno en la Facultad de Letras, Filología Románicaque tal era la especialidad en aquellas calendas, con dos años de cursos comunes previos.
  La primera se llamaba Herminia Perales, a la sazón Catedrática de francés en el instituto Alfonso X el Sabio, mujer preparada, buena docente, meticulosa y exigente. Intensificó mi devoción por la cultura francesa, cuyo idioma había estudiado en bachiller con las carencias propias del tiempo, pues no disponíamos de profesores nativos y la fonética venía ilustrada con letras y otros símbolos. Sus clases resultaron un descubrimiento y nunca le agradecré bastante la rigurosa y elegante pronunciación, el rigor del trabajo intelectual y la gran cantidad de libros que me propició leer. Estuvo unos años sustituyendo al profesor Muñoz Cortés y desapareció de la Facultad por razones administrativas. Ignoro si todavía vive, pero mi recuerdo agradecido y su impronta personal y profesional permanecen.
   La segunda llegó al año siguiente para explicar Latín vulgar.  Se llamaba Teresa Soubriet, Tere para los amigos como ella decía, incluyendo a un grupo de estudiantes a los que seleccionaba. Las clases fueron muy bien con resultados óptimos. De siempre me gustó el latín y su visión acertada de la dimensión popular, de la calle, me vino como anillo al dedo. Pero lo que más y mejor recuerdo se refiere a la manera de tratar a los alumnos, lejos del encasillamiento y cierta distancia propios de la época. Siempre se mostro muy cercana, conversaba con nosotros por los pasillos, nos invitaba a tomar café y chatos de vino en cafetería y bares de la ciudad, nos abría su casa y siempre repetía que le gustaban los buenos alumnos que podrían devenir amigos fuera de las aulas. Un soplo de aire fresco en aquellos claustros un tanto densos y bastante encorsetados. Mi buen recuerdo también para ella.
   La tercera, sin duda la de mayor influencia, se llamaba y se llama Margarita Zielinsky, también profesora de francés. La tuve dos cursos como estudiante. Y después, muchos años como compañera de claustro. A medida que se alejaba la profesora, iba creciendo la compañera y amiga. Coincidía que era esposa del Profesor Muñoz Cortés y madre de tres hijos que fueron alumnos míos, lo que contribuyó grandemente a la cercanía y la amistad, que permanece creciendo con los años. Ahora pasa de los noventa, con la cabeza lúcida y la memoria más que feliz. Hace unos días la encontre cruzando un semáforo, ella en su sillita de ruedas y sus hijos acompañándola. Me detuvo y pasamos un buen rato recordando tiempos antiguos y modernos. Se acordaba de todo y todo lo comentaba como si el ayer estuviera perfectamente impreso en el presente. Como anécdota con humor, aún recordaba cuando me hizo repetir un examen con vistas a la matrícula de honor. Cuando ya jubilada, la encontraba  en las aulas de cultura, siempre que traíamos alguno de los muchos grandes escritores, sobre todo hispanoamericanos. Ejemplo claro de la relación maestra-discípulo, cuyas formas de trato van atemperándose con la edad. Cada vez que la encuentro es una ocasión de gozo para mí.
   Tres mujeres excelentes, tres magníficas profesoras que me ofrecieron y dejaron su huella. Ahora que celebramos el centenario de la institución las recuerdo con emoción y agradecimiento.
   NOTA BENE.- Os preguntaréis por qué incorporo fotos de Ana María Matute. Si bien lo pensáis, encontraréis razones y emociones suficientes para una  explicación plausible. VALE.

miércoles, 3 de junio de 2015

Denigrante, aunque no venga de la ciudad de Denia

   El maestro de Zaragoza tiene buena intención, es palusible lo que denuncia y anuncia, incluso fue candidato al título de mejor maestro del mundo,  lo que suena bastante raroIntenta estimular la imaginación y creatividad de sus alumnos y presenta definiciones esperpénticas por ellos aportadas. Lo sube todo a internet y le destacan el número de ´me gusta´ recibidos.
   La cosa no estaría mal si se tratara de un divertimento con algo de humor negro, pero no es así. La enseñanza (educación) en este país  está bajo mínimos. Y eso es muy serio.
   En la reseña que contemplo, aparece reproducio literal esto: "Denigrante: Emigrante que viene de la ciudad de Denia. El denigrante ha venido a Madrid".
   A su propósito, destaco dos observaciones. Primera, la grafía del niño. ¿Cómo es posible que su maestro no le haya enseñado (explicación y práctica) una caligrafía mejor? Segunda, el disparate de la definición. ¿Cómo es posible que su maestra no le haya enseñado (explicación y práctica) conceptos básicos y su organización discursiva?
    La discusión nos llevaría muy lejos, aunque antes o después habrá que afrontar las deficiencias lingüísticas y matemáticas de la infancia escolar, base de toda perfección personal y creciente para la vida. Dejo la propuesta, por si estimáreis oportuno continuar un diálogo imaginativo y de creación Por cierto, los niños no necesitan estímulos adayacentes para estimular su imaginación y creatividad, los llevan en su interior, en la base de su cerebro-esponja, que no para de trabajar para entender y asimilar el mundo exterior. Basta con leer a Luis Vives y Herbart, entre otros muchos pedagogos, para comprenderlo.
    Los que me seguís, sabéis que practico mucho la crítica razonada. Y procuro aportar ejemplos para, por lo menos, el diálogo. Os ofrezco el mío propio, ejercido hace muchos años, cuando todavía éramos más pobres y menos presuntuosos.
    Año 1965, seleccionado por el retrógrado sistema de oposición, accedo como profesor adjunto de institutos a un pueblo discreto, cercano a una gran ciudad. Cinco profesores jóvenes inauguramos el centro y pusimos en marcha el bachilleratro elemental de la época. Lo mío era la Lengua y Literatura Españolas.
    Comprobado que hube los niveles oral y escrito de expresión infantil, decidí ajustar el método. Curso primero, 10 años; curso cuarto, 14 años. Mutatis mutandi, la metodología era válida para los dos extremos.
     En su pupitre, cada alumno tenía un diccionario básico, un cuaderno de hojas rayadas o en cuadrícula (a su elección), con margen izquierdo separado en rojo vertical, el manual correspondiente y dos bolígrafos, rojo y azul (el negro lo rechazaban por triste). Nada más, nada menos.
     La hora de clase la dividíamos en tres tramos. Yo explicaba durante veinte minutos. Ellos ´trabajaban´ otros veinte, preguntas incluídas.
El resto lo dedicábamos a preparar la clase del día siguiente, con todas sus dudas y propuestas discutidas. Nunca me hablaron de tú, ni yo a ellos de usted, por razones obvias hoy dificilmente comprensibles.
     Nunca utilizaron mochila, por dos razones. Una, todo el trabajo se realizaba en clase, por lo que también quedaban excluídos los ´deberes´. El material estaba seguro en cada cajón de pupitre porque, cuando entonces, nadie osaba ´distraer´ los libros
y trebejos propiedad de otros.
     Y así pasaban los días y se desarrollaban los trabajos. Felices y, además, contentos, con capacidad para resolver los pequeños conflictos dentro de clase, así como intensificando con las horas la confianza profesor-alumno, sin la cual todo está destinado al fracaso en algo tan sutil y precioso como la educación.
       Debo decir que los cursos terminaban con cero faltas de ortografía, gracias al esfuerzo y atención de los niños. Y mejoraban los ´palotes´ (caligrafía quiero decir)  a ojos vista.
        Diréis, algunos, que todo esto puede sonar un poco rancio y bastante obsoleto. No lo se. Espero que no seáis muchos. Y para los pocos que sí, en eso se achará de ver que no alcanzásteis a ser mis alumnos (un poco de humor siempre viene bien).
    Obsérvese la foto en blanco y nego: un maestro excelente (espero que lo reconozcais) hablando a sus alumnos, sin duda entusiasmados por la presencia, la voz y los mensajes de quien les habla.

martes, 2 de junio de 2015

Elogio sentimental del Quijote traducido

   Como introito a la interpretación justa, y muy subjetiva, de lo que voy a continuar escribiendo, aquí os afrezco un pequeño juego machadiano
                      El ojo que ves no es
                      ojo porque tú lo miras,
                      es ojo porque te ve.

   Y ahora cedo el paso a Baroja. ¿Recordáis su emocionante y conmovedor "Elogio sentimental del acordeón", tan leído por nuestra generación de bachilleres, allá en los tiempos de Maricastaña, cuando tan pocos jóvenes podíamos estudiar más allá de la enseñanza primaria? Me ha venido al recuerdo por unas imágenes de televisión anunciando que un, por otra parte buen escritor, hombre de letras ha perpetrado  traducción del Quijote sin advertir, creo, que los molinos pudieren tornarse gigantes y viceversa.
   ¿Una traducción del gran libro? He retenido dos ejemplos. No se debe decir ´lanza en astillero´, sino ´lanza ya olvidada´. Tampoco ´adarga antigua´, sino ´escudo viejo´. Maravillado quedo aguardando su presencia en todas las librerías del páis y las de allende las montañas y los mares.
   Diz que se ha previsto, y culminado, la obra para facilitar su entendimiento, actualizar su lenguaje y modernizar su vejez. Tres ideas muy hermosas: facilitar, actualizar y modernizar. Quizá en eso consista la contemplación de nuestra historia global, que no están los tiempos para el ímprobo trabajo de niños y jóvenes españoles (sabido es que los viejos ya no leen), maltratados, agobiados por tantos deberes como impone lo que otrora se llamaba instituto y escuela.
   También recuerdo la hermosa, y nada fácil, traducción del "Polifemo" (Góngora), llevada a cabo por el maestro Dámaso Alonso para facilitar su acceso a los universitarios de letras, que ya entonces, y muy gratamente sorprendidos, leíamos un escaso número de estudiantes, sin duda los que más necesitábamos dedicar tiempo y esfuerzo al estudio, dadas nuestras no brillantes capacidades intelectuales. !Oh tempora, oh mores!
   Esta moderna traducción, sin duda, correrá en socorro de los vencedores intelectuales. Ofrecerá el campo allanado, bien regado, sin trampas orográficas, sin Agramantes molestos, sin follones y malandrines que distraigan de lo importante, del meollo esencial y comprimido de la cuestión. Como sábana de cesped inglés rodeando el castillo y las cabañas de caza.
   No puede ser verdad que semejante empresa comprima, todavía más, el elemental vocabulario medio de los jóvenes entorno. Tampoco será cierto que reduzca sus capacidades críticas y de pensamiento, así como no parece previsible que aminore emocionales despertares, incluso que los horizontes se acerquen cada vez más, ocultando montañas y mares por descubrir.
   En justa, y beneficiosa, contrapartida, puede constituír floreciente negocio por mor del centenario, a cuya consecución ofrezco hipótesis amistosa. Negóciese con el Ministerio de Educación llevar los ejemplares precisos a todos los centros educativos primarios y medios y hágase de manera gratuita, con dinero público que, como bien dijo aquella ministra, no es de nadie. Y entonces estará bien asegurada la ´sustancia esencial´ de fray Gerundio de Campazas, alias Zotes, buen predicador por mejor teólogo.
   En un lugar cercano a la Mancha, de cuyo nombre ya declaro y deseo no acordarme, parece que verá la luz este nuevo libro referido a don Quijote, ya sin lanza en astillero, adarga antigua y galgo corredor. y termino con palabras agoreras que ahora no recuerdo donde habré leído, tan lejana está mi niñez cuando las descubrí: "Vámonos poco a poco, amigo Sancho, que ya en los nidos de antaño no hay pájaros hogaño".   Y disculpadme, amigos lectores, por la ocasión que os he dado de... Pero esta es ya otra historia. Quédese para mañana, como en la conocida "Cena jocosa".