martes, 23 de junio de 2015

Un claustro renacentista y un pozo, todos los días

  Un buen amigo, profesor de Derecho, me invita a café. Hablamos y, en un momento dado, me indica el privilegio que gozamos, entre otros, los que vivimos esta universidad: contemplar y pasear a diario un claustro renacentista, entre cuyas columnas y arcos damos clase, investigamos, hablamos con los alumnos (que siempre merecen la pena, dentro y fuera de las aulas), meditamos en ocasiones, incluso reímos a tenor de la juventud que nos rodea.
  Cierto que los niveles universitarios apenas pueden descender más, que la desidia generalizada frente a la enseñanza (solicitar educación sería pedir gollerías), el desamor a los libros y otras muchas sinrazones, pueden producir una cierta "aspereza espiritual", como decía Balmes. Pero los viejos del lugar universitario hemos aprendido que las pequeñas grandes cosas constituyen la felicidad, si que no el contento material de los tontos. 
  Por eso valoramos el claustro que nos acoge. Y en su centro, el pozo de piedra y la cobertura (cuasi fermosa, en palabras del marqués de Santillana) de hierrro forjado. No dejo de mirarlo todas las mañanas, rodeado de cesped y abetos, otrora poblado de rosas. Y siempre me emociona, entre otras razones porque junto a él, y sobre él, nos hicimos las primeras fotos de cuando entonces, en aquellos asendereados y felices tiempos de nuestros estudios de letras, justo al terminar la licenciatura deseada.
  Sigue siendo un privilegio y un placer diario. Lo atravieso todas las mañanas camino de mi despacho, donde continúo trabajando y organizando el formidable archivo que donaré a la universidad. El tiempo pasa, pero la voluntad permanece. Y esto que termino de escribir, bien pudiera ser la respuesta a esos compañeros que se sorprenden de verme aún por los claustros, por el despacho, por las aulas impartiendo cursos gratuitos y voluntarios en torno a los escritores y los libros. Si recuerdan a Garcilaso:"No me podrán quitar..." Pues eso, sin dolorido, incluso con él. Que la naturaleza humana es la mejor fuente de sorpresa y maravilla.

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