lunes, 21 de marzo de 2016

Vuelvo al Quijote, con cierto enfado

   Leo una de tantas estadística, que en ocasiones entretienen y a veces proporcionan información para la felicidad o el dolor, según en punto de vista. La última leída se refiere al Quijote y produce dolor y penas por los protagonistas, sufridores involuntarios de las carencias, egoísmos, miserias y pecados de lesa infancia por parte de los adultos, incluidos los propios padres, que siempre son los más culpables por no proporcionar, o exigir en su caso a quien corresponda, todo aquello que la infancia necesita para un mínimo desarrollo armónico hasta que, por edad, pasen a ser responsables de su propia realidad intransferible.
   Ahora me refiero a los libros, a la lectura que proporciona el conocimiento (no sólo información indigesta) para vivir más y mejor. Digo lectura, no diversión amable y sin esfuerzo con libros llenos de dibujitos, de una ramplonería intelectual que asusta, así como exponente de la más sórdida moral, que jamás alcanzará las fuentes y desembocaduras de la ética. Los anaqueles de las librerías está llenos de esta bazofia que se vende por millares tan ricamente. Y así sucede porque la mayoría de profesores de enseñanza primaria nunca debieron llegar a los centros, pues que actúan más como vigilantes de comedor y recreo, auxiliares de trabajos manuales (que ahora llaman manualidades) o componedores discretos de conflictos inexistentes, tratando a los niños como infradotados mentales con los huesos de cristal. En este nuestro solar hispano, los que no sirven para otra cosa en la escala universitaria, estudian (es un decir) lo que antes se llamaba Magisterio, realizando exámenes periódicos para que los niños tengan notas que les propicien regalos, bendiciones y alabanzas mil.
  Termino con el aterrador dato de la estadística referente al Quijote: ocho de cada diez infantitos no lo ha leído. Añado yo: nueve con siete de cada diez adultos, tampoco. Pero no hay que preocuparse, pues que llegaron los mercaderes al templo para el negocio: versiones actualizadas, traducciones del español antiguo al moderno, ediciones críticas con diez mil notas a pie de página, chismes hasta el infinito del autor y la criatura, y así hasta las fronteras con Australia, que será el espacio que van a ocupar todas esas ediciones en fila india.
  Pasará el centenario y continuaremos igual, porque por estos pagos somos muy seguidores de San Ignacio de Loyola: En tiempos de crisis, no hacer mudanza. Parece que siempre andamos en crisis, por lo cual dejamos la mudanza para mejor ocasión. Eso sí, llevo anotadas tres tertulias televisivas en las que el tema estrella (¿observan la mopdernidad del lenguaje, tema estrella?) era la estirpe de Cervantes ¿judío?.  Y otrs cinco mucho más esclarecedoras: definitivamente, don Miguel era homosexual.


domingo, 20 de marzo de 2016

"La manta del abuelo", fábula que pudo ser de Fedro, Esopo y Lafontaine

  Acabo de vivir dos acontecimientos que me han producido vergüenza ajena por la miseria moral de sus protagonistas, amén de su torpeza y miopía histórica y humana. En ambos, la frustración y el desagradecimiento. Los dos, despreciadores de su propia realidad personal, acomplejados y con bastante miedo irredento, que ignoro de dónde les puede venir en este mundo libre de ancestrales y ominosas cadenas represivas.
  Las dos historias tienen que ver con los libros, por eso vienen aquí. Ambos habrían recibido, de mi parte, una formidable catilinaria de haber sucedido hace tan solo diez años. Ahora, no. El tiempo y su lento discurrir a estas alturas, sin duda, proporciona una peculiar atalaya desde cuya elevación uno se muestra, si no más comprensivo, sí mejor dispuesto para el consejo que para la merecida reprimenda. Por si les pudiere ser útil, aunque superado el medio siglo de vida, parece difícil que puedan cambiar sus deseducados modos por otros más aceptables y proclives a la serena y armoniosa convivencia.
  Atalaya he dicho. Desde la tal, un director de periódico indica que debe renovar las firmas de su medio y sustituir a los viejos por jóvenes más "a la page". Demasiados libros en alguna colaboración, demasiada dificultad de lectura en un medio que mañana servirá para envolver el pescado. Sus carencias intelectuales, parejas con su prepotencia ignara.
  La otra es aún más triste: no comprar determinados libros a sus hijos, porque son caros en exceso, lo que no es obstáculo para que el interfecto tenga un abono completo al fútbol.
 La manta del abuelo, cada vez más vigente. Merecidas herencias que se van sucediendo, de victoria en victoria creciente hasta la derrota final.

La tesis doctoral y el horno crematorio


  Entro a la Facultad y, camino de mi despacho, encuentro al sectretario administrativo con un carrito lleno de Tesis Doctorales, algunas con la pátina del tiempo bastante deteriorada, es un   decir.  Desde las más recientes, con gusanillo y huellas de internet, hasta las antiguas, editadas como entonces, con el lomo de piel y el resto de ambas portadas de cartoné forrado de tela, en general del mismo color que el lomo aunque de tono distinto. Viejos tiempos, que vuelven cuando ya no son necesarios, están ampliamente superados, pero que producen emociones retrospectivas dignas de agradecer.
  Todas van destinadas a la cremación por falta de espacio adecuado, pues que todo se va llenando pese a las amenazas dela informática en el sentido de acabar con el papel. Busco y encuentro la mía: lomo de piel verde, tapas delmismo color en tela y título con letras doradas en el lomo: "La soledad en la poesía romántica española". El tema me venía de dos años atrás, cuando terminé la Licenciatura con una Tesina sobre "El sistema narrativo de Camilo J. Cela".  Allí me otorgaron el Premio Extraordinario y me propusieron ser Profesor Auxilrar Gratuito de Clases Prácticas, propuesta que admití y me puse a preparar la Tesis Doctoral ( a la vez que las oposiciones a Cátedras de Instituto), que culminé y presenté dos años después, en el mes de diciembre de 1995. había que trabajar bien, duro y rpido si aspirabas a quedarte en la Universidad. Fueron dos años intensos, enlos que no me olvidé de vivir, que todo puede ser armonizado en función de las dotes y capacidades que, para los creyentes, te dispensan Dis y la Naturaleza, y que a los agnósticos les basta con la Naturaleza.
  Fueron quinientas páginas a máquina de escribie mecánica, con las correspondientes copias a papalcarbón. Mi padre "me pasó" la mayor parte, ayudado al fin por un mecanógrafo profesional, que entonces existía y se ganaban bin la vida. Como pa pobreza era proverbial, nada de pensar en publicarla; pero mi Catedrático director y los otros dos maestros acopiaron pequeños presupuestos y buen hacer, con lo que pudo ser publicada (la parte esencial) bajo loa auspicios de la propia universidad: modesta edición material, con el título en rojo. Al cabo de unos años, un buen amigo visitaba los EEUU y me comunicó,alegre, que había visto un ejemplar en  vitrina de la Bibioteca del Congreso. Aquello era empezar bien un curriculum, nos dijimos. y continuamos laborando.
  Una otra dedica su trabajo a la méwtrica de los poetas del 27. me alegra el encuentro por los recuerdos que despierta. Empezaba yo mi carreta universitaria como profesor. Muchas cosas por cambiar,  demasiada inercia producto de la retención por tantos años de dictadura, pero aún no eran llegados los tiempos del cambio y la mejora, de los trabajos y los días que, sin renegar del pasado (asumiéndolo para no comenzar la hiatoria desde cero) pudieran ofrecer la oportunidad de remover los "diamantrinos ejes de la tierra" sin levantar excesivas resistencias de lo que andaba camino de su terminación.
  El profesor Valbuena Prat me encargó un curso de Métrica del Siglo de Oro, pues çel explicaba la correspondiente asignatura, preferentemente poesía. Para los alumnos, undescubrimiento; para mí, una reafirmación y un gozo. Revisé miles de versos, agrupé medidas, estructuré poemas y estrofas, propuse discusiones y lecturas "en voz alta", para que comprobaran que la loesía era también, y por encima de otras implicaciones, música, sonoridad, donde la intensidad , el tono y el timbre jugaban un papel especial a la hora de escribir los poetas, que no sólo versificadores. Recuerdo que discutimos mucho a propósito de dos endecasílabos, heroico uno, enfático el otro
                 Miré los muros de la patria mía
                 Polvo serán, mas polvo enamorado
Lo pasábamos bien (jóvenes ellos, joven yo) desentrañando misterios de la composición poética. Horacio nos ayudaba, mezcábamos, ya por entonces, lo dulce con lo útil.




  Tres imágenes muy propias de estos días: Religión, turismo y viajes. Graciosa sociedad.


viernes, 4 de marzo de 2016

Dos buenos libros a mi mesa

 Debiera decir cinco libros, pero tres de los que llegaron no merecen la pena. mejor dicho, sí la merecen, aunque sólo sea para preguntarse quién y por qué propicia tanta irreverente tentación de publicar, que no de escribir. Lo tengo dicho y escrito repetidamente: talleres, seminarios, encuentros, asociaciones de viejos y jóvenes...Muchas veces, trampas saduceas que cuestan dinero y producen buenos beneficios a los avispados de siempre, que aquí han encontrado un filón, amén de una creencia pacata cuando no analfabeta de la democracia: la gran capacidad creativa que se oculta en el hondón del alma (!Añorado Unamuno, tan citado, tan utilizado y tan poco leído y menos entendido!) de todas y cada una de las personas que por las calles andamos.
 termina esta pequeña catilinaria con una interrogación: ¿Por qué no se convocan talleres de arquitectura, matemáticas fractales o construcción de puentes levadizos, aportando los matriculados los pertinentes materiales? Pero resulta que todo el mundo tiene un bolígrafo y varios folios en blanco...
  El caso es que han llegado cinco libros, tres de los cuales son malísimos para un despistado lector y también para los bosques. ¿Qué culpa tienen los árboles, que crecen libres y confiados, de esta plaga de escribidores que necesitan celulosa sin límites para sus páginas en blanco y, lo que es peor, para las páginas salidas de imprenta?
  Corramos un tupido y caritativo velo, pues que también han llegado los dos libros buenos,  "Algunos libros que leí despacio"  y  "Hablar durante las comidas", ambos de Pascual García, antiguo buen alumno y ya muchos años buen profesor de Lengua y Literatura. En primer lugar, destaco su buena educación, respeto y dedicación a sus profesores, yo en este caso, que recibo puntualmente los libros que publica con amables dedicatorias. En los de hoy destaca el afecto, como siempre, y una la escribe "desde la atalaya de la memoria", reviviscencia no frecuente en esta sociedad apresurada que nos toca vivir donde cada vez se extiende más el complejo de Adán, tan infantil e inmaduro, creyendo quienes lo padecen que la historia comienza con ellos. Me congratula su actitud.
  En cuanto a los libros, distintos y complementarios, pues que uno acopia críticas de otros libros "leídos despacio", es decir, como habría que leer todos los libros que llegan a nuestras manos de lectores.  Es una buena guía de lectura basada en los textos que criticó y en el propio criterio a la hora de la selección. Libros variados, dispares, de distinta calidad, como era de esperar, pero todos con el denominador común del buen juicio de quien los critica, pues piensa bien, siente de modo adecuado y escribe con la claridad y tersura que la buena crítica exige.
  "Hablar durante las comidas" viene a ser su complemento, como el haz de una hoja cuyo envés lo representa el anterior. Escritura de creación, narrativa, breve en general, bastantes ejemplos del moderno microrrelato, cuentos con final sorprendente, narraciones de lo cotidiano, el tiempo transcurriendo sobre pequeñas anécdotas que, en ocasiones, pueden engendrar o desembocar en tragedias; en definitiva un cañamazo que acoge variados colores, tonos, incluso timbres.  Fijáos en el texto de la contraportada, muy orientador. y en la cita que coloca al frente del libro, de Raymond Carver, con el que mucho tiene que ver la escritura de Pascual García, y que dice así: "No sé cómo funciona esto de la vida y de la muerte, esas cosas. Creo que solo tenemos una vida, y eso es todo".  Cierre.

martes, 1 de marzo de 2016

"Las tramas esquivas", un buen libro para leer

   El autor es Alberto Hernández Moreno, un buen alumno de hace unos años, del que cabía esperar frutos como el que ahora puedes tener en tus manos. Importa destacar la muy amable dedicatoria que coloca en el volumen que ha tenido la amabilidad de enviarme. Buenos recuerdos de alumno, buenos recuerdos de profesor, he ahí la clave positiva de la enseñanza universitaria, que suele pivotar entre dos polos de atracción: primero, todo lo que aprendo en las aulas, se debe a mi talento y trabajo; segundo, todo lo que acabo ignorando en las aulas, se debe a la torpeza de los profesores.  Por so, cuando tropiezas con los pocos buenos alumnos que en el mundo han sido, y serán, (fray Luís dixit), la satisfacción es notable y compensadora. Este es el caso de Alberto, de producción amplia y variada, aunque ahora nos ocupa este libro que recomiendo.
  me dice en la dedicatoria: "Por haber plantado en mí la semilla del amor a la Literatura Hispanoamericana". Cierto y verdad, que decían los clásicos. El amor a los libros como marchamo elevado y prometedor. Lo hispanoamericano, porque fue mi segundo campo de batalla docente, tras lo español, a cuya literatura dediqué los primeros años de mi trabajo en la universidad.
  Sobre esa base, estas "tramas esquivas"  (  en expresión muy borgiana  ) se ven perfectamente analizadas a lo largo y ancho de casi cuatrocientas páginas de prosa densa y bien informada. Borges y Bioy se ven analizados con lupa (nada benevolente, aunque muy esclarecedora) recorriendo los "arrabales" literarios de tan preclaras mentes y plumas.
   Leed el texto de la contraportada. Numerosas interrogaciones, abarcadoras de otros tantos campos de expresión y estudio, todas ellas planteadas por el propio autor y a las que va dando cabal respuesta página a página, casi palabra a palabra.
  Dos características por las que lo he pasado bien leyendo el libro. Primera la escritura tersa y técnica impecable, sin la pesadez tan habitual en los ensayos; antes al contrario, haciendo gala de bien cortada pluma, sindéresis bien organizada y un notable grado de de "creación" literaria, que para nada entorpece la claridad y el rigor exigidos por tal tipo de escritura. Segunda, la información casi total, bien discriminada y dispuesta, de modo que al lector pueda moverse por sus páginas con soltura, sin erudición pesada y llena de excursus, disponiendo su tarea con la comodidad necesaria que también produce placer. 
  El autor investiga bien, organiza bien y dispone el texto de modo asequible, sin que esto signifique facilidad aparente para ignaros, porque ha puesto alto el nivel de exigencia. En todo caso, el más puntilloso lector aquí encontrará lo que busca., desde el conocido prisma de Góngora: "Jardines cerrados para muchos, abiertos para pocos". Y es que los niveles de Borges y Bioy necesitan, siempre, amplia preparación previa y métodos adecuados.
   Me congratula decir que Alberto Hernández Moreno, en este libro, ha encontrado el camino correcto para ejemplificar la fórmula horaciana, válida también para la exégesis y la crítica: "Mezclar lo dulce con lo útil".