sábado, 20 de junio de 2015

María Martínez del Portal, en el recuerdo

  La muerte forma parte esencial de la vida, imposible comprender la una sin la presencia de la otra. Así estamos hechos. ¿Vivir para morir? No, vivir para vivir mejor, considerando la lejana muerte como un estímulo para no perder el tiempo en razonamientos vanos, en vanas e infecundas emociones. Vivir a plenitud. Y cuando la muerte llama, recordar al clásco:"Pallida mors aequo pulsat pede pauperum tabernas regumque turris". Igualados al nacer, al morir igualados. Esa es nuestra miseria y, al propio tiempo, grandeza en tanto que hombres.
  Hace unos días ha muerto María Martínez del Portal, sobrina nieta de José Martínez Ruiz, Azorín para los amigos lectores. Todo el mundo de su entorno ha reconocido, por escrito y en imágenes, la importancia de su magisterio y la calidad de su escritura. No insistiré.
  Me interesa destacar que la conocí hace muchos años, cuando todo era más difícil, sin quejas inanes, y la literatura empezaba a formar parte de nuestra vida no solo profesional. Primeros años sesenta !qué tiempos!
   Universidad de provincias en población todavía bastante provinciana. El joven estudiante ha terminado los dos cursos comunes de Filosofía y Letras y comienza, tercer curso, la especialidad de Filología Románica (francés, italiano, rumano, catalán y gallego como ejes vertebradores). Pequeña Facultad, único seminario en la tercera planta del edificio renacentista, claustro verde con pozo que permanece. Desde la ventana contemplamos el gran ficus y las catorce palmeras. Armarios de madera llenos de libros. Estufa de serrín y, sobre los aros desmontables, una gan lata de melocotón en almíbar con agua hirviendo para humidificar el ambiente. Dos modestos despachos de los profesores Valbuena Prat y Baquero Goyanes, reorganizados con la llegada del profesor Muñoz Cortés. Todo muy familiar y doméstico.
   Tres estudiantes, chico y dos chicas, acuden casi todas las tardes para estudiar. Y allí encuentran a dos Licenciadas treintañeras muy centradas, diz que preparando las oposiciones de Cátedras de Instituto, María una de ellas. 
   El respeto cuasi revenrencial de las primeras semanas se va tornando más cercano. María es de caracter abierto, proclive a la conversación, y no tarda en establecer corriente de ósmosis con los tres jóvenes. Hablan de lo divino y lo humano, de cine, de teatro, de la huerta, del sol, el mar y la montaña. El estudiante toma café algunas veces con ella. Buena corriente de simpatía y ayuda,por su parte, con vistas a la mejor orientación del alevín universitario.  Se desarrolla buena amistad, que perduraría en el tiempo con encuentros más o menos espaciados, pero siempre agradables.
   Un buen día regresó gozosa, casi exultante: había aprobado las dichosas oposiciones. Felicitaciones, celebración y comienzo de una larga y fructífera ocupación docente, investigadora y de creación literaria. Hoy ha desaparecido de esta vida nada miserable. Pero le que quedan las otras dos cantadas por Jorge Manrique. Quizá en ellas nos encontremos, es un amistoso deseo.

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