miércoles, 3 de junio de 2015

Denigrante, aunque no venga de la ciudad de Denia

   El maestro de Zaragoza tiene buena intención, es palusible lo que denuncia y anuncia, incluso fue candidato al título de mejor maestro del mundo,  lo que suena bastante raroIntenta estimular la imaginación y creatividad de sus alumnos y presenta definiciones esperpénticas por ellos aportadas. Lo sube todo a internet y le destacan el número de ´me gusta´ recibidos.
   La cosa no estaría mal si se tratara de un divertimento con algo de humor negro, pero no es así. La enseñanza (educación) en este país  está bajo mínimos. Y eso es muy serio.
   En la reseña que contemplo, aparece reproducio literal esto: "Denigrante: Emigrante que viene de la ciudad de Denia. El denigrante ha venido a Madrid".
   A su propósito, destaco dos observaciones. Primera, la grafía del niño. ¿Cómo es posible que su maestro no le haya enseñado (explicación y práctica) una caligrafía mejor? Segunda, el disparate de la definición. ¿Cómo es posible que su maestra no le haya enseñado (explicación y práctica) conceptos básicos y su organización discursiva?
    La discusión nos llevaría muy lejos, aunque antes o después habrá que afrontar las deficiencias lingüísticas y matemáticas de la infancia escolar, base de toda perfección personal y creciente para la vida. Dejo la propuesta, por si estimáreis oportuno continuar un diálogo imaginativo y de creación Por cierto, los niños no necesitan estímulos adayacentes para estimular su imaginación y creatividad, los llevan en su interior, en la base de su cerebro-esponja, que no para de trabajar para entender y asimilar el mundo exterior. Basta con leer a Luis Vives y Herbart, entre otros muchos pedagogos, para comprenderlo.
    Los que me seguís, sabéis que practico mucho la crítica razonada. Y procuro aportar ejemplos para, por lo menos, el diálogo. Os ofrezco el mío propio, ejercido hace muchos años, cuando todavía éramos más pobres y menos presuntuosos.
    Año 1965, seleccionado por el retrógrado sistema de oposición, accedo como profesor adjunto de institutos a un pueblo discreto, cercano a una gran ciudad. Cinco profesores jóvenes inauguramos el centro y pusimos en marcha el bachilleratro elemental de la época. Lo mío era la Lengua y Literatura Españolas.
    Comprobado que hube los niveles oral y escrito de expresión infantil, decidí ajustar el método. Curso primero, 10 años; curso cuarto, 14 años. Mutatis mutandi, la metodología era válida para los dos extremos.
     En su pupitre, cada alumno tenía un diccionario básico, un cuaderno de hojas rayadas o en cuadrícula (a su elección), con margen izquierdo separado en rojo vertical, el manual correspondiente y dos bolígrafos, rojo y azul (el negro lo rechazaban por triste). Nada más, nada menos.
     La hora de clase la dividíamos en tres tramos. Yo explicaba durante veinte minutos. Ellos ´trabajaban´ otros veinte, preguntas incluídas.
El resto lo dedicábamos a preparar la clase del día siguiente, con todas sus dudas y propuestas discutidas. Nunca me hablaron de tú, ni yo a ellos de usted, por razones obvias hoy dificilmente comprensibles.
     Nunca utilizaron mochila, por dos razones. Una, todo el trabajo se realizaba en clase, por lo que también quedaban excluídos los ´deberes´. El material estaba seguro en cada cajón de pupitre porque, cuando entonces, nadie osaba ´distraer´ los libros
y trebejos propiedad de otros.
     Y así pasaban los días y se desarrollaban los trabajos. Felices y, además, contentos, con capacidad para resolver los pequeños conflictos dentro de clase, así como intensificando con las horas la confianza profesor-alumno, sin la cual todo está destinado al fracaso en algo tan sutil y precioso como la educación.
       Debo decir que los cursos terminaban con cero faltas de ortografía, gracias al esfuerzo y atención de los niños. Y mejoraban los ´palotes´ (caligrafía quiero decir)  a ojos vista.
        Diréis, algunos, que todo esto puede sonar un poco rancio y bastante obsoleto. No lo se. Espero que no seáis muchos. Y para los pocos que sí, en eso se achará de ver que no alcanzásteis a ser mis alumnos (un poco de humor siempre viene bien).
    Obsérvese la foto en blanco y nego: un maestro excelente (espero que lo reconozcais) hablando a sus alumnos, sin duda entusiasmados por la presencia, la voz y los mensajes de quien les habla.

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