miércoles, 24 de junio de 2015

Literatura entre siglos y generaciones literarias

    A la hora de organizar los materiales literarios que ofrece la historia, para establecer un mínimo de orden cronológico, temático y de géneros, las dificultades se revelan notables y de no fácil salvamento.
   Los métodos histórico-documentales son más asequibles. En principìo, basta seguir el camino histórico y detectar autores y tendencias a través de los siglos, de manera que los documentos encontrados fundamenten la urdiembre del tejido. Lanson y Larroumet lo dejaron establecido, exigiendo la total ausencia de juicios críticos para evitar la confusión. Pusieron de relive lo que décadas después dirá Rousseau el crítico, al establecer como principio que basta con mostrar lo que se desea transmitir, afirmando:"Esto es un cardo; esto es una rosa". La objetividad mayor posible.
  A su vez, los métodos formalistas optan por, casi, todo lo contrario. Desde la estilística , el campo se rotura de manera muy diferente. Los aportes de Karl Vossler y Leo Spitzer todavía son tenidos en cuenta en la investigación. El formalismo ruso desplegó teorías múltiples que todo el mundo aceptó, de manera especial en las aulas universitarias, vía Facultades de Letras. Y desde  esos orígenes, la dualidad quedó troquelada: métodos historicistas y métodos formalistas como las dos columna que sostienen el edificio de la crítica literaria, de la explicación que los libros necesitan para llegar adecuadamente a los lectores, teniendo en cuenta los diversos niveles de recepción.
  Quizá, por otra parte, conviniera distinguir entre los medios empleados para la explicación práctica de lectura y aquellos otros más propios de la investigación académica, aunque todos tendentes a desbrozar los caminos de los textos creativos, unos más asequibles, otros con notables dificultades a la hora de la exégesis, para que el cuadro resultante quedara bien matizado y visual.
   Así podríamos llegar al paradigma de las Generaciones Artísticas como forma de acceso a las obras de arte. Me refiero a todas las artes, porque conviene recordar que la explicación literaria, en numereosas ocasiones, corre un poco a estímulos de otras artes. Bastaría recordar el método de Francesco Flora, que relaciona la literatura con las demás artes, para entender que las tradicionales cinco, repartidas entre plásticas y del tiempo, constituyen un todo, sólo parcelado a efectos pedagógicos y de comprensión asimilada.
  Tambien es oportuno aludir, como prenotando, a Hegel y Wölfflin en tanto que propedeutas. El primero incorpora la filosofía, muy oportunamente pues que los lenguajes poético-filosóficos arrancan del mismo origen y se bifurcan para complementarse. Cuando establece la dialéctica tesis-antítesis-síntesis aporta un camino que también puede predicarse del mundo literario. Bastaría, para ejemplificar, con recurrir a los movimientos clásicos, románticos y realistas para definir el parangón. Y así saltaríamos del pensamiento filosófico completamente abstracto al del arte variado, en este caso con los libros como base de sustentación y meta final del desarrollo. Las tríadas hegelianas han contribuído grandemente a los estudios literarios y su modernidad.
   El arquitecto suizo Wölfflin establece las parejas conceptuales como método adecuado para organizar las artes plásticas. Y a su estímulo, los avisados estudiosos y críticos literarios (no hay que olvidar que los profesores lo son en gran medida) las adoptan sin mayores dificultades. Valga un ejemplo revelador, ancestral y permanente mientras un libro siga siendo lo que es y por lo que nació: la pareja apolíneo-dionisiaco, equilibrio, proporción y medida, frente a irracionalidad, desmesura y falta de límites o fronteras. La fiesta de los placeres físicos será siempre la segunda. La fiesta de los placeres intelectuales, siempre la primera. Apolo y Diónisos, ya desde la lejana y permanente mitología griega para nosotros. 
   Con ello, sucintamente, abocamos al discutido término de las Generaciones en Arte, ahora literarias, que tanto dieron que hablar y escribir a partir de los años cincuenta del siglo pasado, fenómeno importante para agrupar una serie de escritores de parecida edad, gusto por la escritura y ciertos asuntos que les atraían y aglutinaban en alguna medida.
   Cuando Julius Petersen acuña la expresión, todo el mundo se acerca para observar y comprender que se ha dado un paso adelante. Por nuestra parte, será Julián Marías, docto y preparado, pensador que sigue muy de cerca a Ortega y Gasset de quien se declaró discípulo, el que organice un libro a tal menester dedicado, de manera que al poco tiempo -al menos, en los territorios académicos- el concepto y su desarrollo alcanzarán carta de naturaleza. Ytodo el mundo aceptará que las generaciones existen y constituyen un buen método para organizar, de modo mucho más moderno, la materia literaria.
  No lo veo tan claro. De muy atrás, vengo teniendo dudas en cuanto a la oportunidad de tal método en exclusiva. Quizá en algún caso pudiere ser de mayor eficacia y claridad, sin duda, pero no siempre y para todas las épocas y tendencias. Establecido quedaba el siglo como punto de refeencia y acotación. Aceptadas quedaban las tendencias y modas literarias. Siglos sucesivos a partir de la Edad Media. Tendencias desde la misma época. Renacimiento, Barroco, Neoclasicismo, Romanticismo, Realismo, Naturalismo, Modernismo... Hasta que llegaron las primeras décadas del siglo XX con la gran floración proteica del arte, también de la literatura. Incluso nuestro Siglo de Oro abarcaba siglo y medio, a caballo entre el XVI y XVII. En fín, una tal complejidad resulta difícil de encasillar bajo un marbete limitado, por más abarcador que se quiera pretender.
   Nosotros observamos la Generación del 98 y todo parecía claro. Los escritores que la constituyen se agrupan bien y, desde libros como el de Laín Entralgo, nadie dudaba: Unamuno, Machado, Azorín, etc. pertenecían a ella y no había más que discutir.
   Ello no obstante y desde los postulados fundacionales, la generación debía tener, entre otras características y realidades, un jefe, unos asuntos (pocos) comunes a todos y, de manera especial, una estética común.Pues bien, basta leerlos y observarlos con  atención para concluir que no se cumplen las condiciones de salida y definición. Y esto por dos razones, entre otras muchs que podríamos discutir. Una, el reduccionismo acotado que siempre limita la materia, porque la vasija resulta rígida y con demasiadas fronteras. Dos, el maniqueísmo más o menos encubierto que suele caracterizar al crítico, profesor o exégeta. Tal actitud no es aceptable, porque siempre solemos caer en idéntica tentación: organizar la materia artística como hacen los científicos con su campo, mimetizando por nuestra parte sus métodos. Pareciera que si no somos ciencia, somos muy poco. Y se olvida que el arte es libertad imposible de observar y analizar en una probeta. Si alguien dice hache dos o, todo el mundo que escucha entiende que se está aludiendo al agua; pero si ese mismo alguien afirma la metáfora del viento en el poema "Presencias", será muy difícil la uniformidad de entendimiento. Que la ciencia es un sistema de verdades relacionadas entre sí, mientras que el arte es una serie de relaciones potenciales en busca de la verdad revelada en cada caso.
   De todos modos hay que hablar de lo que pudiere unir a la generación (claro queda que prefiero la palabra grupo como más adecuada y representativa) dentro de ella misma, a la vez que rastrear algunos eslabones de enlace entra las "generaciones" que se van sucediendo en el tiempo.
   Desde la caída de las últimas colonias del imperio español y su depresión (individual y colectiva) subsiguiente, tres generaciones han sido detectadas y estudiadas: la del 98, la del 27 y la de los años 50. Dos observaciones. Una, seguiré llamando generación al grupo. Dos, sigue siendo el tiempo, el año, la década, la fecha de celebración o recuerdo, lo que mueve al estudio y clasificación.
  La verdad es que las tres generaciones tienen más disimilitudes que parecidos, como no podía ser de otro modo, aunque también es cierto que, dadas las características generales del siglo y sus avatares, las tres coinciden en ser notarios de su tiempo. Dijo Amiel que la felicidad no tiene .Y resulta mucho más fácil dedicarse al arte y sus derivaciones cuando la humanidad se encuentra en periodos más tranquilos, para confirmar lo que Oscar Wilde preconizaba para la literatura, descargándola de compromisos socioeconómicos y de tragedia.
  Los del 98 apuntan directamente a la diana. Unamuno hablaba del dolor de España, que les afectaba directa y profundamente, de manera que el año de la pérdida de la últimas colonias del desmedido imperio español les hace afrontar los hechos sin subterfugios. El país se halla deprimido, los intelectuales agobiados y los escritores no alcanzan a ser una excepción. Apuntan a España y sus problemas y, en mayor o menor medida, están condicionados por la tragedia colectiva. Vuelven la mirada a su interior y la intrahistoria se revelará como determinante de su quehacer. Todos sus componentes reflejan la situación en sus libros, bien como directa expresión en los textos creativos, bien como ensayos que intentan explicar lo difícil, sobrevenido y sorprendente. Unamuno lo hace, también Baroja y Azorín, incluso el propio Machado.
  Pero además de los temas y motivos, cuando se trata de configurar su propia poética, los principios y caminos por los que pretenden que su literatura discurra, las diferencias son notables y, bien mirado, mejor que así sucediera, porque se manifiestan complementarias. La narativa de Baroja y Azorín, pocos puntos formales tienen en común. Las trilogías del primero, los libros sosegados, lentos de tiempo y tempo del segundo, contrastan notablemente. Repito que eso ha sido bueno para nuestra historia literaria.
   Los del 50 insisten en lo mismo. Ellos no lo saben, pero los historiadores los consideran fruto de su tiempo comprometido. La dictadura no permite muchas alegrías, pero los escritores siempre encuentran vicecaminos y meandros para distraer la excesiva presión, prohibiciones y agobios personales y colectivos. Novelas coml "El Jarama", de Sánchez Ferlosis, realismo de la mayor objetividad y monotonía posibles, permiten a los estudiosos afirmar que los tiempos han venido para la denuncia, los asuntos sociales, la represión y el deseo de salir de atmósfera tan cargada y paralizadora. Así coinciden con los padres del 98.
  Y como era previsible, la narrativa sobreabunda con respecto a la poesía, todo un síntoma de los nuevos tiempos. Los poetas son menos y de menor entidad, reducidos en caso extremo a los cerrados círculos de amigos y grupos minoritarios. En este sentido, cierran el vallado del 98, que sí anota en sus filas la elevada cumbre poética de Machado, cuyos "Campos de Castilla" bastarían para llenar los anaqueles de un siglo poético.
  Claro que en el interim hallamos a los del 27, generación poética por antonomasia. Aquí hay una fecha, 1927, pero el acontecimiento resulta estrictamente literario: es el centenario de Góngora y su celebración pública por una serie de poetas que desean abrir fronteras, renunciar a realismos chatos y naturalismos ramplones, así como a formas de gay trinar grandilocuentes y un tanto vacías, según ellos. Eso está bien, matar a los padres literarios para afianzar su personalidad propia, más joven, fresca y prometedora. Con el tiempo se darán cuenta de que no descubren nada nuevo, sino que repiten, para bien, los corsi-ricorsi tradicionales, gracias a los cuales la humanidad avanza, incluso y sobre todo en el arte de la palabra. Valga una pequeña  ironía no tan dulce: con el tiempo don Benito "el garbancero" sigue siendo leído por necesidad y deseo, mientras que algunos devotos de Góngora duermen en el fondo de los anaqueles. Esto de las revoluciones excluyentes siempre termina igual. Lo bueno, permanece; lo coyuntural y de poco valor, periclita. No es necesario llegar al extremo inmóvil:"En literatura, lo que no es tradición, es plagio". Pero tampoco al contrario. A lo mejor fuera bueno recordar:"Vámonos poco a poco, amigo Sancho, que en los nidos de antaño no hay pájaros hogaño."
   El caso es que los del 27 son, casi todos, poetas, muy pcos prosistas y no demasiado brillantes. El tiempo histórico así lo exigía y no estaban las otras circunstancias para que aparecieran florecientes narradores. De tal modo, al menos, lo parecía. Nombres como Jorge Guillén, Luis Cernuda, Rafael Alberti o García Lorca siempre habrán de figurar en toda nómina o antología. Sin preterir a ningún otro, constituyen el meollo de aquella poesía y se complementan a la perfección, de manera que son mutuamente necesarios.
   Y con ello, llegamos casi al final. Me pregunto cómo agrupar a los que vinieron, y están viniendo, después, desde los novísimos que ya son abuelos, a los más jóvenes, que empiezan a despuntar un tanto desorientados, pues ignoro si acaban de entender que la literatura no es empresa económica, ni publicidad para incultos y pacatos, ni modas pasajeras, ni solipsismo encastillado. Ni feria ni torre de marfil.
  En todo caso, generaciones, grupos, tendencias, orientaciones, sociedades más o menos secretas ¿qué importa el nombre? Será necesario renovar los métodos investigadores y de propedéutica explicativa, para incorporar un poco de orden y concierto en la selva de los libros que aparecen cada hora. Y que se produzca como en la metáfora de Machado:"El rayo de un camino en la montaña".

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