sábado, 26 de noviembre de 2016

MUERTE DE UN PROFESOR

      Se llamaba Estanislao Ramón Trives,  bondadoso por naturaleza, inteligente extremo, culto sin pedantería, profesor eminente, conversador amable, modesto y humilde con exageración.  Le gustaba llamarme Victorio   y Victorius.  Y fue mi compañero y amigo durante infinitos años.

   Esta mañana me llegó la noticia de su muerte y, no por esperada, ha dejado de trastornarme a lo profundo.    Descanse en paz.  Que Dios lo acoja en su seno, pues méritos más que suficientes fue atesorando durante toda su vida.
   Reniego de los obituarios al uso, de las plañideras ocasionales y de quienes ponen cara compungida ponderando méritos del ausente al final, sin haberlo hecho adecuadamente cuando vivía.
   Por eso lo recuerdo vivo, sonriente y siempre con una frase amable para los demás. Podría contar docenas de anécdotas aleccionadoras,  éticas,  divertidas y risueñas. Pero me voy a ceñir a unos puntos de contacto conmigo, cifrados en la trayectoria profesional.
   Los dos hicimos la carrera de Magisterio y realizamos la correspondiente Oposición muy jóvenes  (mientras estudiábamos Filología Románica), en la ciudad de Murcia.
   Ambos hicimos, también, la Oposición de Catedráticos de Bachillerato.  Él de Francés, yo de Literatura. Yo pedí la excedencia al día siguiente de tomar posesión de la Cátedra, porque andaba realizando el Doctorado, a la espera del casi imposible ingreso como Profesor en la Universidad. Algo similar hizo él, hasta que coincidimos en la Facultad de Letras.  La Lengua y la Literattura, desde entonces, mucho tuvieron que ver con los dos. Con el tiempo y  "pleno de méritos" ( Hölderlin ) él ganó la Cátedra de Lengua Española, yo la de Literatura Hispanoamericana.  Desde entonces hasta la jubilación burocrática.
   Porque debo decir algo importante, para que lo entiendan las jóvenes generaciones y los jóvenes gestores (!Horror de palabra a la Universidad aplicada!) de los claustros universitarios.  Un profesor no se jubila nunca.  Como un médico. Su vocación y profesión les imprime carácter.  Se es profesor hasta la muerte.  O no se fué nunca profesor.
  Que la sabiduría es un bien preciado, un valor escasísimo que siempre se debiera conservar con cuidado, incluso con mimo cuando la edad es avanzada.
El profesor Trives fue un sabio y buena prueba de ello la tienen los miles de alumnos que pasaron por sus aulas y la docenas de discípulos que dan testimonio vivo por el ancho mundo.
   Termino con una experiencia llena de riqueza. Yo formaba parte del Tribunal cuando él hacía su primera Oposición universitaria,  Profesor Adjunto de Lengua Española.  Aprobó con toda soltura y solvencia, como estaba previsto. Y se incorporó a nuestra Facultad de Letras.  Y desde entonces,  ambos a dos perennes en estas aulas hasta que nos llegó la hora de los senadores.
  "Pallida mors aequo pulsat pede pauperum tavernas regumque turres".  En el caso del profesor Trives, la suya era una torre colmada de valores intelectuales y morales, que toda la vida compartió  con cuantos desearon  "arrimarse a su cátedra" (Tores de Villarroel dixit en Salamanca).
   Mientras permanecimos ambos,  cultivé su amistad con toda la lealtad y nobleza de que soy capaz.  Ahora que nos ha dejado, con el mismo espíritu elevo una oración conmovida por su alma. AMEN.


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