lunes, 10 de julio de 2017

HISTORIAS DE MEDIANOCHE. EL ARCHIVO Y LA MEMORIA

LA  HORA  DE  LOS  MAESTROS   (  2  )


  El maestro sigue siendo el profesor Valbuena,  cuyo feliz recuerdo me acompaña siempre.  Os dije ayer que fue uno de mis grandes mentores en la universidad,  dimensión profesional que tanto me ayudó en mis comienzos docentes.

   Pero tambien en lo ampliamente humano,  en el diario vivir y convivir.  Por eso traigo esta noche algunas anécdotas y vivencias que bien lo definen,  así como el entorno en el que  cuando entonces nos movíamos.
   Imaginad una universidad pequeña en una pequeña población del sureste español, cerca del Mediterráneo.  Todos nos conocíamos,  tanto en la calle cuanto en los claustros.  Los cursos académicos no sobrepasaban los cincuenta alumnos,  que se reducían drasticamente cuando se trataba de la especialidad,  de las que solo había dos,  Historia y Filología.  Estudiantes y maestros constituían una auténtica familia en todos los sentidos.  La relación era cercana y excelente.
   Habitábamos todavía el viejo claustro del antiguo colegio católico,  hoy Facultad de Derecho:  mitad para las Leyes,  mitad para la Filología.  Aulas pequeñas y familiares.  Seminarios recoletos,  habitados por sus responsables jóvenes profesores,  y visitados por la media docena de estudiantes que preríamos pasar allí las tardes,  pues que nos permitían disponer de miles de libros,  todos al alcance de las manos.
   Los despachos de los tres unicos catedráticos comunicaban con el Seminario de Filología Románica, de modo que coincidíamos con ellos todos los días.  Allí la orientación académica tan personal,  allí los coloquios de lo divino y lo humano como la cosa más natural del mundo.  Aquello era una universidad.
   Pues bien,  el último curso de carrera dábamos la clase en el Seminario,  pues éramos catorce chicas  ( la mayoría es expectativa de consorte posible )  y tres muchachos, de los cuales solo yo tenía en perspectiva la profesión docente,  con toda claridad.
   Pues bien,  un día tocaba explicar la novela pastoril y su entorno.  Llegó el profesor Valbuena, me  miró entre paternal y exigente,  abrió la cartera y dijo:  " El próximo día,  la novela pastoril y su importancia. Vamos a hacerlo como conviene.  Busca la " Pastoral "  de Beeethoven y un tocadiscos pequeño,  pues vamos a aplicar el método de Francesco Flora,  que relaciona la literatura con las demás artes,  en este caso la música".
   Vinilo de 33 revoluciones,  minigramófono moderno a pilas y algún artilugio más,  todo proporcionado por los hermanos maristas matriculados,  en cuyo colegio del Malecón yo comenzaría mi trayectoria docente aunada con la universidad.   Todos expectantes, el profesor me indicó que sonaran determinados pasajes y momentos, para propiciar ambiente y climax.  A continuación,  su explicación  magistral.  Un auténtico gozo intelectual y sensible.  Los trabajos y los días.  Instruir deleitando.  Mezcla sabia de lo dulce y lo útil.
   Así pasábamos los días,  así aprendíamos los saberes alfonsinos,   así nos íbamos impregnando de la vida misma en su discurrir de creciente aprendizaje.
   En esto que llegaron las vacaciones de Semana Santa.  Yo v´ivía con mis padres en una población manchega,  distante cien kilómetros de Murcia.  Y por razones que ahora se me escapan, pasé algunas días de celebración religiosa y procesiones en la ciudad. 
   Como todo el mundo sabe y puede recordar, el Jueves Santo era el día central de visita a los Monumentos,  para los conocidos Oficios.  Andaba yo por la calle Trapería,  un poco azacaneado, cuando me dí casi de bruces con el profesor,  que llevaba un libro en las manos.  Me paró, me dió un abrazo y me hizo la siguente prosición :  " Mira, Polo,  voy camino de la catedral para los Oficios, porque me gusta escuchar el gregoriano de los canónigos.  Si no tienes nada que hacer, acompáñame y los realizamos juntos. Yo llevo mi Misal,  alí pedimos otro para ti y santas pascuas ".
   Dicho y hecho.  Entramos al templo,  nos acomodamos en banco cercano al coro y,  en silencio reverencial entreverado de salmodias gregorianas,  vivimos la liturgia sagrada como dos buenos amigos,  como maestro y discípulo en sintonía perfecta.  Experiencia fundamental que se grabó en el hondón de la memoria para siempre.

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