viernes, 9 de diciembre de 2016

LOLA CARIDE, PROFESORA DE GRIEGO

   Ha muerto hace unos días y me ha producido profunda conmoción.  La conocí hace sesenta años,  justo cuando yo estudiaba quinto curso de bachillerato.  Llegó al colegio en plena juventud ,   junto a su compañera Rosario Navarro,  profesora de matemáticas, hoy viejecita y de la que voy a escribir en próxima ocasión.  
   Ambas me dieron clase y a  las recuerdo con cariño y ternura,  pues que trascendieron los límites de la docencia para incidir en duradera amistad.  Las dos me quisieron mucho y contribuyeron a mi crecimiento humano y profesional.
   Lola era muy dinámica, extrovertida, con sentido del humor,  exigente y jolgoriosa siempre presta a la carcajada.  Además,  muy atractiva.
    Digo que me dió clase de griego,  siendo como era Licenciada en Filología Románica.  Hay que recordar que por entonces y en los dos cursos comunes de la Facultad, se estudiaba griego y latín a niveles altos, por lo que los filólogos estaban preparados para impartir varias asignaturas.
   Nos correspondió el griego.  Sus clases,  muy activas y cambiantes.  Recuerdo que dede el principio,  me discriminó en positivo.  Me dijo: "Tú eres muy buen estudiante,  un poco mayor que tus compañeros,  así que llevarás un ritmo distinto,  doble trabajo que el resto y ni un solo día sin traer de casa la traducción completa.  Tienes que ir a la Universidad y eso son palabras mayores, ya te explicaré con más detalle".  
   Y así aconteción en quinto y sexto de bachiller superior,  de manera que al acceder a Preu en el Instituto de Albacete,  la nueva profesora se sorprendió de mi preparación.  Recuerdo, por otra parte,  que al realizar la reválida de sexto  (con tribunal controlado por la universidad)  me acompañó al instituto  "para darte ánimos,  aunque no los necesites".  Ella era así.
   Fuí a la universidad.  Ella permaneció varios años más en el colegio (Hellín).  Cada vez que yo viajaba en vacaciones,  me esperaba para comentar cómo había ido el trimestre,  si los profesores respondían al perfil de su diseño, cómo estaban los claustros.  Y todo lo demás,  divino y humano,  pues no quería perderse detalle.
   Con el tiempo,  marchó a Madrid.  Y seguía todos mis "triunfos esperados y naturales" (sic) por carta.  Cada vez que venía a Murcia,  tomábamos café y conversábamos.  Cuando iba yo a Madrid, el mismo protocolo.  La última vez que la ví,  en la Plaza de las Flores,  junto a dos de sus amigas.  Emocionante recuerdo.
   Hoy ha desaparecido de entre nosotros y bien que me duele.  Su recuerdo continuará en mí.  Pero mucho más,  todo lo que contribuyó a conformar mi carácter,  mi concepto y praxis de la enseñanza.  En definitiva,  a la  "imago mundis"  que me acompaña tantos años.




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