miércoles, 6 de mayo de 2015


                     FIN DE CURSO,  EQUIPO JUVENIL DE TRABAJO, TIEMPOS BUENOS

      No hace muchos años, pero la realidad venía fluyendo de tiempo atrás. La foto es modélica, excelente documento pedagógico y de sociología clara. Un profesor, dos alumnos y dieciocho alumnas, elocuente porcentaje que responde a planteamientos intra y extrauniversitarios.
     Lo repito a menudo. En un momento dado, decidí que la tarea universitaria debía transcender y prolongarse fuera de las aulas, para lo cual se necesitaban equipos de trabajo de profesores, alumnos y otras beneméritas personas que también podían colaborar. 
    A la primera llamada respondieron con equilibrio numérico. Pero al paso de los años, crecían las alumnas, correlato de lo que acontecía en clase: disminución de chicos y aumento de chicas. En este curso había ciento sesenta matriculados. Una conclusión provisional: ellas eran mejores alumnas que ellos a la hora del trabajo y los resultados de notas y curriculum individual y colectivo. Y así continúa, con las excepciones propias del caso.
   Sigo pensando en lo que sucedía cuando entonces. Muchas veces comenté con mi padre, maestro excelente, por qué las escuelas rurales estaban todos (o casi), atendidas por maestras. Razón moral al fondo, al perecer impuesta por un personaje religioso de gran influencia, el Arzobispo de Madrid y Patriarca de las Indias, monseñor Eijo y Garay, al que casi nadie recordará, doy en suponer. Así era por entonces la moral, horra de la más elemental ética, antediluviana y represiva. Pero sobrevivíamos.
   Ya por aquellas calendas me extrañaba que la enseñanza estuviera sólo en manos femeninas o masculinas. Y me he pasado la vida académica predicando la proporcionalidad (no la paridad impuesta) porque considero la tarea educativa en términos similares a la familiar: un padre, una madre y la tribu. Los niños deben tener maestras y maestros, los jóvenes también, incluso los universitarios, cuestión y propuesta que podemos discutir cuanto sea preciso.
   Por eso me producen sonrisas comprensivas fotografías como la que acompaño. !Qué desproporción! En todo caso, es la realidad la que se impone, pues que en nuestros tiempos, esencialmente masculinos, los chicos veíamos en la enseñanza superior una forma de liberación casi absoluta. Ahora son las chicas las que andan metidas en tarea semejante, pues que entonces apenaas podían llegar a las aulas universitarias, por múltiples razones.
   En todo caso, los equipos de trabajo que he ido constituyendo a lo largo de medio siglo, han funcionado como un reloj suizo, sobre la base de tres exigencias para la selección: ser lectores impenitentes, no limitar horarios y gustar del trabajo en grupo.  Todos cumplían con el empeño y alcanzaron a ser más de doscientos, lo que me congratula y satisface a plenitud.
   A todos los tengo presentes, de la inmensa mayoría conservo grato recuerdo, muchos continúan la renovada relación, unos pocos se menifiestan auténticos discípulos. Algo se llevaron del trabajo voluntario, una cierta huella más o menos visible, que cambió en cierto grado sus vidas y que se irá haciendo visible en sus amigos, compañeros y alumnos.  Mi reconocimiento para todos, siempre desde la esperanza crítica. 
      

No hay comentarios:

Publicar un comentario