martes, 14 de abril de 2015

Günter Grass y Eduardo Galeano, palabras que permanecen

   Han muerto ayer y semeja que algo se nos escapa con dolor. Uno tenía 87 años, edad avanzada que no mitiga el llanto por su pérdida. El otro, 73, y tampoco aminora el dolor por su desaparición entre nosotros. Para los no creyentes, todo habrá terminado; para los religiosos, no importa la creencia, supone una transición que aporta consuelo. Y no es cuestión de razón discursiva ni de irracionales emociones transitorias. Aquí Heráclito y Parménides resultan hermanos, pues al cabo todo es uno y lo mismo a partir del ´panta rei´ que define nuestra miseria, pero también la grandeza que se nos ha otorgado. Esto resulta fácil de comprender, o completamente imposible, depende de la perspectiva mental y la generosidad del corazón.
   Los libros de Grass siempre me han acompañado. En ocasiones, para mi propia placentera lectura pesonal; otras veces, por razones de trabajo en clase (no importa que mi especialidad sea filología románica, pues la ramificación literaria es múltiple y necesita ser manifestada) y algunas conferencias y coloquios. Siempre destaco su capacidad de autotransformación y crecimiento, su testimonio de intelectual comprometido y la dimensión artística de su palabra literaria, especialmente orientada a la narración extensa.
   Los textos de Galeano me han acompañado más, pues mi dedicación secular a la Literatura Hispanoamericana y mis propias preferencis de lector así lo exigían. Mutatis mutandi, los tres rasgos que atribuyo al alemán son perfectamente predicables del uruguayo.
  En ambos casos recomiendo un sólo libro, aún pecando de parcial y restrictivo: "El tambor de hojalata"  y  "Las venas abiertas de América Latina" En ellos está la raíz y lo esencial de sus autores. Y si acaban su lectura, es indudable que los avisados lectores buscarán los otros libros, por una elemental ley de inteligencia y cordialidad.
   Su presencia espiritual me sugiere dos ideas de un discurso que pudiera ser interminable. Reconozco que soy persona muy afortunadapues a lo largo de medio siglo he realizado, y continúo, una tarea especialmente agradecida: explicar literatura. Lo que me ha permitido conocer e invitar a mi cátedra, sin condiciones, a todos los que, siendo grandes escritores, algo tenían que decir a los jóvenes alumnos  y a cuantas personas estuvieren interesadas por conocer y hablar con los autores de libros amorosamente leídos.
   Han sido muchos años, muchas experiencias gratas, muchas emociones compartidas. Pero también, por razón de edad y otras circunstancias, se han ido desgranando momentos de dolor por la muerte física. Me viene al recuerdo una lista ya demasiado numerosa. Octavio Paz, Camilo J. Cela, Torrente Ballester, Mario Benedetti, Ernesto Sábato, Augusto Roa Bastos, José Hierro...
  Todos dejaron su huella en esta tierra mediterránea, en estas plazas recoletas, en estas aulas preparadas para el trabajo intelectual y sensible. Con todos vivimos amistad hermosa llena de generosidad . Todos se llevaron algo de nosotros y algo suyo nos dejaron. Y cuando la nostalgia regresa, basta con acercar las manos a la estantería, coger uno de sus libros excelentes y leer. Entonces, el milagro de la presencia se producirá para el gozo renovado de vivir.

No hay comentarios:

Publicar un comentario