jueves, 12 de octubre de 2017

VIDA DE UN PROFESOR ( 6 )

P  R  E  U  N  I  V  E  R  S  I  T  A  R  I  O

 ! Ah,  el añorado curso preuniversitario,  de tanta relevancia y tan escasamente valorado,  incluídos los años en que anduvo vigente !

   ME DETENGO UN POCO EN ÉL,  AUNQUE SOLO SEA PARA QUE LAS NUEVAS GENERACIONES ADVIERTAN LAS DIFICULTADES DE CUANDO ENTONCES,  Y LAS AFORTUNADAS FACILIDADES DE LAS QUE AHORAN DISFRUTAN.


   Recuerdo a todos que el Bachillerato terminaba con el sexto curso y la correspondiente Reválida superada.  Los estudiantes recibían el título de Bachiller Superior  ( el  Elemental lo habían logrado al superar la Reválida de cuarto curso )  y se despedían del Colegio o Instituto,  salvo la exigua minoría que,  por razones económicas fundamentalmente,  prepararían su camino a la Universidad.
   Para los estudios de bachiller había becas de todo tipo,  desde el transporte escolar hasta el internado de los Colegios Menores,  casi todos auspiciados y controladas por el Régimen.  Ahora bien,  el tránsito a la enseñanza superior era como el foso de un castillo,  dificultad y barrera inútil para pocos,  imposible casi para la inmensa mayoría.  Qué casualidad que no hubiera becas adecuadas a la situación.  Qué casualidad también que el Preuniversitario solo pudiera cursarse en los Institutos,  con lo que la población rural quedaba eliminada,  pues que los tales Institutos estaban en las capitales de provincia,  salvo escasas y privilegiadas excepciones.
   El fututuro profesor era hijo de Maestro ( muy culto y preparado, pero con el escaso salario dispuesto por el también citado y ponderado Régimen ).  No se podía protestar,  entre otras razones porque estaba prohibido.
   PERO EL HAMBRE Y LA NECESIDAD AGUZAN EL INGENIO,  EN TODA ÉPOCA Y CUALQUIER LUGAR.
   El estudiante sabía que su salvación estaba en el estudio.  Y ninguna traba o barrera se lo impediría.  El Maestro sabía de las capacidades,  vocación y trabajo del vástago castellano.  Miel sobre hojuelas, como decimos por aquellas montaraces tierras.
    Tenía el señor Maestro un su amigo,  cuyo hijo ejercía de inspector docente en la susodicha capital de provincia.  Así que hablaron y hablando resolvieron el problema.  El inspector concedería una comisión de servicio,  una escuelita en la capital,  barrio por buen nombre La Estrella, conocido popularmente tal que Cerrico de la horca,  pues que allí se ajustició durante mucho tiempo aplicando el eficaz y definitivo método de curso legal.
   Y allí desembarcaron padre e hijo en el mes de septiembre,  con el mejor ánimo y la convicción de que todo resultaría como estaba previsto,  y el curso preuniversitario tendería un puente levadizo hasta las abiertas puertas del castillo,  valga la metáfora.
   Dicho y hecho,  así resultó para satisfacción y felicidad de todos,  aunque no estaría de más aportar algunas vivencias de aquel bienhadado curso académico.
   No hay que olvidar el año,  1957 ,  plena dictadura y el país aún aislado por completo del resto civilizado del mundo,  con una democracia llamada orgánica y donde los derechos individuales estaban conculcados bajo hermosas palabras.
   Estaba el "Fuero de los españoles"  y el  "Fuero del trabajo" , trasuntos dictatoriales de de lo que en democracia suelen ser los derechos humanos y los derechos de los trabajadores.  El estudiante-profesor aprendió de memoria cosas como esta: "Ni un hogar sin lumbre,  ni un español sin pan".  El recuerdo magnifica la realidad,  pero está bien el recuerdo.
   Volvamos al Barrio de la Estrella.  Allí estaban ubicados los gitanos cervantinos y toda la gente de mal vivir que inmortalizó el Patio de Monipodio.  Hombres desesperados,  mujeres con escaso desarrollo femenino,  niños abandonados cuando no directamente harapientos.  En suma,  un ghetto con todas las de la ley,  arrinconados allí para mejor control y evitar males mayores.  Hay que decir que también había gentes buenas desheredadas de la fortuna.  En el correspondiente capítulo de sus Memorias,  el profesar piensa dedicar un espacio respetable a la situación, aunque solo sea para que nadie olvide la historia y los orígenes.
   Existían dos instituciones beneméritas.  Por un lado,  la Escuela Unitaria,  cuyos sucesivos y asombrados maestros desparecían despavoridos.  Hasta los momentos que reseño.  También había un convento de monjas vocacionales, injertadas en Santa Teresa de Jesús y las madres espartanas.  Vocacionales,  fuertes,  comprensivas,  realizaban una hermosa labor social,  muy protno compartida con el nuevo maestro,  y a la inversa.  Insisto en lo republicano del docente,  lo que no fue óbice para una buena relación personal y profesional.  El hijo del señor maestro se movía mucho entre los dos edificios,  incluso parece recordar un pecado venial de pensamiento.  Ni de palabra ni de obra, que hubiera trascendido a mortal de necesidad.  La causa fue una monja de su edad,  cuya belleza serena trascendía los hábitos y las tocas.
   Nueve meses en semejante situación,  constituyeron historia y lección cuyas raíces profundizaron en el cerebro y el corazón del joven estudiante.  Jamás las olvidaría.  Incluso en los tiempos de mayor bonanza y bienestar, permanecían en el frontispicio de su propio templo humano personal.  En gran medida, constituyeron guía práctica para su larga y variada secuencia docente, lo que entre otras cosas condujo a muchos cientos de alumnos protestadores e inquietos,  pero también y sobre todo a unas docenas de brillantes discípulos,  distribuídos por el ancho mundo bajo los auspicios de semejantes valores contrastados.
   La vida se sucedía con rigor de horarios casi suizos.  Madrugar y cuatro horas de clase en el Instituto.  Comida y comedor de niños. Dos horas de estudio y el resto,  hasta la cena,  trabajo  social acomodado a las circunstancias siempre cambiantes.  Después de cenar,  hora y media de lectura,  libros recomendados en clase junto a otros sugeridos por el propio padre.
   En el Instituto lo pasó muy bien,  estudió mucho,  aprendió mucho y se divirtió mucho. FÓRMULA QUE SIEMPRE LE DIÓ BUENOS RESULTADOS.  Entonces aún no lo sabía,  pero respondía a lo escrito por Horacio como recomenación para los hermanos Pisón:  mezclar lo dulce con lo útil.
   Lo dulce le vino dado, sobre todo, por el mundo femenino y por su confluencia con la edad.  El tirón hormonal lo proyectaba en la variedad y la frecuencia, pero tambien actuaba la prudencia y el autogobierno,  aunque lo que verdaderamente gravitaba para la contención moderada eran las circunstancias políticas condicionando cualquier actividad humana,  todo mediatizado por una religión (la jerarquía) pacata y rijosa, que arrastraba siglos el gran complejo freudiano del temor al cuerpo,  infundiendo miedo y rechazo en lugar de buena orientación educativa.  Aún así,  los jóvenes encontraban tiempo y espacio para determinadas expansiones nada pecaminosas:  los atardeceres en el parque frente al instituto dan buena fe de ello.  
   El equilibrio emocional favorecía el desarrollo intelectual.  Y luego estaban las  "novias ponderadas".
La estadística recuerda tres a lo largo del dilatado curso académico. Una gloria para la vivencia entonces,  y para el recuerdo ahora.
   Pero el capítulo más importante lo constituyen los profesores y otras personas que allí trabajaban, entre ellos el muy comprensivo conserje Ramírez,  y una joven secretaria guapa,  diligente y amable que todo lo burocrático nos lo resolvía sin problemas.  Decir que formó parte de la trilogía fantástica (como la samba de Berlioz), quizá deja un regusto de nostalgia compensadora.
      Los profesores.  Algunos lo marcaron muy positivamente,  entre otras razones porque mostraban algo de lo que podía ser el espíritu universitario,  libre,  buena preparación y actitud exigente ante el alumno,  si que con todas las exigencias del caso.
   Los había malos, como suele suceder en todo colectivo humano. Pero recuerda a los buenos.  En primer lugar  doña Maria Luisa,  la profesora de literatura que bien los orientó en el Siglo de Oro a partir de Calderón y su "Gran teatro del mundo".  Doña Rosa, de griego,  lo llevaba por la calle de la amargura, pues que le exigía mucho más que a los otros ("tú si irás a la universidad, pero estos potros no sé...").  El profesor de francés le propuso que tradujera en Navidad todo "Le bourgeois gentilhomme"  para aligerar la clase .
   Y al cabo,  el de religión,  a la sazón canónigo y que cabaría siendo arzobispo,  "sic transit gloria mundi".  Un día lo llamó a su despacho para proponerle sacerdocio.  La pregunta clave fue la siguiente: "¿ Te gustan las chicas en general ? ".  Quizá la psicopedagogía no era lo suyo.
   Pues bien, la sucinta historia del curso preuniversitario puede terminar con una anécdota aleccionadora.  Clase de Literatura,  doña Maria Luisa repartió los temas para que los alumnos los compusieran y redactaran.  Le correspondió  "Las fuentes bíblicas de ´El gran teatro del mundo´.  Su padre tenía en la escuela bastantes volúmenes de la Colección  Clásicos Castellanos,  entre ellos,  la edición  preparada por Angel Valbuena Prat.  Materia sobreabundante,  buena síntesis,  aceptable redacción... Doña María Luisa le reconvino amistosa  en clase: "El tema lo has hecho con tu amigo el profesor de Religión,  claro".  No hubo respuesta,  solo un silencio sonriente.  La profesora era así.

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