sábado, 17 de junio de 2017

HISTORIAS DE MEDIANOCHE. EL ARCHIVO Y LA MEMORIA ( 7 )

REQUIEM  POR  UN  DESPACHO


   Lo he vivido durante más de treinta años.  Y eso imprime caracter,  profesional y personal,  a no dudarlo.  Me refiero a mi despacho en la universidad de Murcia,  aquí en el sureste español, muy cerca del Mediterráneo,  cuna de la cultura occidental.

   Ahora tengo que abandonarlo, de hecho lo he abandonado ya,  por imperativo legal de mi permanencia administrativa en las aulas,  pues que llegado he a la edad,  dicen que perfecta,  de la jubilación.
   Pero vamos a ver,  amigos del mundo.  Que un profesor se jubile es como jubilar la vida.  La tarea educativa se extiende desde el claustro materno hasta el momento de morir.  Todos aprendemos cada día.  Y quienes eligieron el trabajo de enseñar,  lo hacen mientras sus neuronas,  y el resto de su cuerpo,  se lo permiten.  
     Claro es que todo depende de la perspectiva y el punto de inflexión vocacional.  Hay quienes consideran su labor una misión que cumplir en el mundo.  Hay , tambien,  quienes la consideran un trabajo corriente con principio y fecha de caducidad.  Y luego están los administradores, más o menos políticos,  y su consideración del trabajo, de los alumnos y los profesores.
   El caso es que debemos abandonar los despachos,  como lugar de trabajo que prolonga su ocupación más allá de lo puramente administrativo.  Los administradores así lo han entendido,  por primera vez, en nuestra Casa,  sin duda urgidos por las exigencias de Bolonia y sus felices resultados.  Lo comprendemos.
   Mi despacho, en fin, tiene una historia muy larga y ha sufrido, como es natural,  variaciones coyunturales,  que resumo en tres etapas.
   La primera fue de riqueza y esplendor.  Pocos profesores y muchos despachos disponibles,  pues estrenábamos edificio en la Facultad.  Se hizo una lista de peticionarios por orden de prelación.  Y un Decano comprensivo, de los de antes,  consintió un reparto amistoso y libre de toda coerción.
   Los fuimos visitando y yo,  primero de la lista,  elegí uno amplio,  deteriorado en apariencia,  muy oscuro y roto el papel pintado de las paredes.  En un rincón,  sobre elevado pedestal,  la estatua de la Niké Aptera.  Pero lo que más me impresiono fueron los muebles de trabajo:  todos de viejo roble,  si que necesitados de aplicado  ebanista.  Cuando el milagro se produjo,  los compañeros sintieron la verde envidia y la admiración pertinentes.  Despacho magnífico, presidido por dos retratos a gran escala:  Machado  y  Bécquer en el frontispicio.
   Luego vino etapa de transición.  Varios habitáculos pequeños,  porque un Decano de cortas miras convirtio el edificio de la Facultad en celdillas de colmena con apariencia de hotel y pasillos estrechos.
   Y la realidad final para la despedida.  Pequeñas dimensiones,  muy bien aprovechadas.  Salvé un tresillo muy cómodo,  la Niké,  los muebles de roble y un desomunal sombrero mexicano regalo de antiguo alumno. 
    En este punto debo decir que el despacho se fue llenando de recuerdos entrañables,  desde una fotografía de Borges  hasta una maceta de orquídeas,  pasando por pequeñas esculturas de varios países.  Todo regalos de antiguos alumnos,  erasmus,  escritores y compañeros,  en ocasiones de lueñes tierras,  como dirían Belarmino y Apolonio.
   Lo profesional y lo entrañabe se daban cita creciente allí, pues que han sido muchos eventos realizados, infinitas presencias de aquende y allende  ( Menéndez Pelayo dixit ),  tráfago constante de alumnos y colaboradores.  En definitiva, un hervidero de profesión y de vida en torno a , y propiciado por,  los libros, por la Literatura.
   Aqui vivieron,  aquí vivimos cientos de personas que fuimos creciendo en edad,  sabiduría y gobierno,  como reza la doctrina.
  Hoy tengo que abandonarlo.  Y lo hago sin la menor añoranza, pero sí con cierto grado de nostalgia.  Demasiados años,  demasiada vida creciendo, demasiada inteligencia y sensibilidad poblándolo. Laus Deo.

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