lunes, 11 de abril de 2016

Escribir en los periódicos, todavía es llorar.


   Si Larra levantara la cabeza, completamente avergonzado, la volvería a ocultar de manera irremisible. El inventó el periodismo moderno, que supone tres cosas elementales, si que difíciles de lograr a lo que se ve. Una, capacidad de pensamiento,sentimiento y solidaridad. Dos, preparación adecuada (estudio) para saber escribir y hacerlo en todas las secciones y registros del periódico. Tres, deseo irrefrenable de comunicar con los lectores. Todo ello, sin cortapisas ni concesiones cómplices a la mediocridad reinante, porque el periódico debe exigir a los lectores un mínimo de comprensión preparada, ya que sus páginas no son reducto de escuela primaria para enseñar las primeras letras y las cuatro reglas.
   Todo esto, elemental, se ha sabido de siempre. y se ha actuado en consecuencia. Hoy se desconoce. Y si al la ignorancia de directivos y, gestores y empresarios, unimos las nuevas tecnologías, el fin del periodismo escrito es la crónica de una muerte anunciada.
   Precisamente por estas y otras muchas circunstancias, los periódicos tradicionales, no importa su formato, deberían elevar las exigencias y reducir su presencia para los no pocos, aunque tampoco muchos, lectores que conserven la tradición de coger un diario entre sus manos y dedicarle un tiempo suficiente para leer, placer e instrucción mediantes, sus páginas. Yo sé que esto es difícil de entender para las mentes que no ven más allá de sus narices y piensan que el negocio rápido es la tarea y el fin. Así les luce el pelo de la dehesa proporcional y así van a terminar de arrinconados, tras cerrar los últimos portones de unos periódicos que están terminando en almonedas, regaladores de premios propios de boutiques y tiendas de ultramarinos, amén de utilizadores de un lenguaje que no supera en mucho el común de las cuevas de Altamira.
  Expongo estas pequeñas ideas y recuerdos, porque llevo cuarenta años colaborando en la prensa diaria. Comenzó mi aventura un día durante la clase de Comentario de Textos en la Facultad de Letras. Bastante joven yo, muy jóvenes mis alumnos. Una mañana, levantó la mano una alumna porque deseaba hacer una observación: por entonces y sin desdoro personal, aún se solicitaba permiso para hablar en clase.  Y dijo lo siguiente: "Profesor, ¿por qué habla usted en clase distinto y más difícil? Esta mañana le escuchaba, en la cafetería, hablar con el camarero y se le entendía todo".
  La respuesta era fácil. Si habláramos en todas partes con el mismo registro de lengua, la comunicación resultaría chata y ramplona, de muy difícil evolución, practicamente imposible el crecimiento racional y sensible de la lengua.
  Y en esa gama de posibilidades entran las colaboraciones periodística. Des una elemental crónica de fútbol a los artículos de opinión, pasando por específicas colaboraciones, el periódico puede y está obligado a  ofrecer una variada gama de textos capaces de satisfacer las exigencias de los distintos lectores.
  En consecuencia, un buen día decidir escribir artículos cultos sobre literatura, lengua, educación y pensamiento (no filosofía) como extensión de las propias clases en la universidad. Así lo hice durante algunos años, de manera esporádica y en muy diversos periódicos. Hasta que llegó la oportunidad de una colaboración continuada, que aproveché hasta nuestros días. 
  Habíamos tenido una movida Junta de Facultad, en Letras, a propósito de programas, planes de estudio y cambios necesarios en una universidad anquilosada, obsoleta, inasequible al desaliento de la inercia y el complejo de campanario, `por otra parte mal entendido. La noticia saltó a los medios, reseñando mis intervenciones. A los pocos días, me llamó en director de La Verdad, periódico importante por estos pagos. Me hizo la propuesta, hablamos largo y tendido, llegamos a un acuerdo básico y sólo le propuse tres condiciones amables, facilmente compartidas.
Primera, no cobraría porque mi trabajo en la universidad significaba un salario suficiente. Segunda, los artículos se publicarían tal y como salieran de mi máquina de escribir. Tercera, irían destinados a lectores de cultura media alta, preferentemente universitarios.
  Aquello sucedió en 1975, año de tantas efemérides y recuerdos. El primer artículo versaba sobre Antonio Machado y me consta que alguno de mis respetados maestros no se sintieron muy a gusto. Eran otros tiempos, yo andaba nel mezzo del camin di nostra vita y me resultaba fácil entenderme con los pasados y los muy jóvenes que se acercaban. Desde entonces acá, unos mil doscientos artículos de prensa escrita, que constituyen capítulo importante dentro del amplio Archivo profesional acumulado, sobre todo, a la sombra de la Cátedra de Literatura Hispanoamericana, mi refugio y punto de proyección universal, corriente de ósmosis para tantos escritores, profesores y críticos de aquende y allende los mares, Menéndez Pelayo dixit.
  A este propósito, las relaciones con los responsables universitarios y los directivos de los medios de comunicación siempre fueron buenas, educadas y agradables.  Pero héte aquí que los tiempos cambian y las costumbres mudan, no para mejor en algunos casos, como pronto comprobaréis. 
  Durante los últimos años he llevado una sección bajo el marbete Atalaya del tiempo. Acordamos que serviría para ir presentando, analizando y ordenando lo mucho realizado por la citada Cátedra y sus distintos y sucesivos equipos de trabajo, con extraordinarios resultados también para el periódico, al que proporcionábamos valiosos materiales y exclusivas importantes. de modo que la satisfacción era mutua, con dos personas destacadas por su parte: Gontzal Díez, buen escritor y magnífico periodista de cultura, que tantas impresionantes entrevistas hizo a los grandes escritores que por aquí pasaron y vivieron. Y Pachi Larrosa, responsable de los artículos de opinión, de amable y muy educado trato.
  Pero un buen día, es un decir, llegó a mi correo electrónico un malhadado texto comunicando el fín de estas colaboraciones  "por renovación de las firmas", al parecer. Al principio no daba crédito a lo que estaba leyendo, un correo torpe, infantil y bastante zafio en cuanto al contenido. pero la forma de comunicación, aún más ramplona. Sentí auténtica vergüenza ajena. Y, no fiándome del emisor director que semejantes trazas de comunicación utilizaba, reprimí el impulso inicial para lograr un último texto de despedida, con mensaje subliminal para él, que no entendió en absoluto, a juzgar por lo que después aconteció y que contaré en próxima entrega. y por más increíble que pueda parecer a las personas discretamente cultas y educadas, así se suelen manifestar algunas gentes que pasan por el mundo creyendo que todo vale porque todo se les permite y acepta.
  Y no es así. No debe ser así. por mi parte, no tengo edad para componendas ni actitudes falsamente comprensivas con gentes de tal catadura. dentro de unos días recibirá un escrito de adecuada respuesta, por si le sirviere, aunque lo dudo, para reflexionar un tanto y actuar en consecuencia. Recuerdo la anécdota de Sócrates cuando recibió una soberana patada de un ateniense majadero y bruto. Respondió: "Porque una coz me dé un asno, ¿habré de responder con otra?".  Cierto que no, aunque sí que el tal bruto merece aclaración adecuada, para que la verdad sea restablecida y el orden ético no sufra más de lo preciso y razonable.

No hay comentarios:

Publicar un comentario