domingo, 4 de enero de 2015

Viajar a la capital del reino



   Ayer viajé a Madrid por enésima vez. Lo verngo haciendo desde los veinticinco años, muchas veces por trabajo, algunas por impenitencia viajera y diversión semiculta, con el teatro y los museos como elementos centrales. El teatro Español y el Museo del Prado, dos glorias que necesitan presencias constantes y renovadas.
   Me suelo alojar en hotel discreto, algo galdosiano, cerca de la Plaza de Santa Ana. El Ateneo, la cervecería Lizarrán, la cafetería La suiza y el teatro citado. Paseando la plaza, siempre me detengo ante dos esculturas representativas que me producen reflexión y sonrisa: las estatuas de Calderón y García Lorca.
   Calderón es fundamental en la historia de nuestro teatro. Junto al genio disperso y arrebatado de Lope, creó el teatro nacional español, justo en el Siglo de Oro, de donde nos viene casi todo, incluída ladecadencia sociopolítgica; pero la cultura, allí está concentrada, pues resume la Edad Media y deja todas las compuertas abierta para el futuro en el que todavía estamos Muy oportuna su estatua en la plaza, frente al teatro por antonomasia. Grande, sedente, majestuosa en lo que cabe, como dando la bienvenida y bendiciendo (laica y religiosamente, no hay que olvidar que levantó el monumental edificio de los Autos Sacramentales elevados y profundos, para mí "El gran teatro del mundo" como referencia intelectual y emocional importante por lo que otro día comentaré) a todos los paseantes que deambulan por la plaza.
   El caso de García Lorca es muy distinto. A la hora de elegir acompañante para Calderón ¿no existen otros desde el siglo XVIII con mayor capacidad creativa y de atracción? Sin duda que sí. Pero algunos españoles somos así, nos apuntamos a las modas, a lo último, a lo que llama la atención de los poco atentos y bastante superficiales. Si a eso le añadimos el elemento político de escasa consistencia, pues nos hallamos ante lo evidente y de relevancia relativa.
  Es el caso que llegaron otros, como dice Neruda en famoso poema. Con pequeño barniz cultural, desconocimientro de nuestra historia, gran ambición personal y audacia propia de adolescentes. Y dijeron que Antonio Machado (nombre de librería) necesitaba reivindicación, que no lectura porque eso exige mucho esfuerzo y ellos andaban en otros menesteres. Nos engañaron a todos y nos frustraron. Algunos tuvimos paciencia porque esperábamos que pasara el sarpullido y las aguas volvieran a su cauce, de modo que los zapateros regresaran a sus zapatos. No ha sido así y bien que lo siento, incluída la vergüenza de la corrupción que los iguala con los corruptos habituales.
   Pero volvamos al origen teatral. ¿A quién, bastante inculto aunque apasionado, se le ocurrió colocar esa escultura pequeña, a ras de suelo, en actitud bastante cursi, un tanto mendicante y desvalida? Produce la sensación de un pobre vergonzante necesitado de ternura.
   Bueno, pues allí está porque alli la dejaron. Cada vez que voy saludo a los dos. A Calderón, con respeto, admiración y reconocimiento. A García Lorca, con afecto, cercanía y una micra de protección.

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