lunes, 20 de octubre de 2014

Estado de ánimo otoñal

 Hace unos días, en face book, escribí a propósito de Amiel y su estado de ánimo con respecto al paisaje y la vida. Hoy vuelvo a ello pensando en mí.
   El otoño no me deprime, antes al contrario, su temperatura y nubes y lluvia significa un estímulo múltiple que hace de mis ansiones un fuerte hontanar de alegría y equilibrio. Me gusta el otoño porque lo vivo bien, trabajo bien y me siento bien cara a los demás. No me preguntéis las razones pero es así. Lo mismo que no resisto el verano: el calor me degrada en todos los sentidos y la primavera la sobrellevo porque soy disciplinado desde niño. Primavera y verano las considero dos estaciones supérfluas que muy bien pudieran no existir, aunque comprendo que, por razones obvias y manidas, a multitud de gentes les entusiasma y el verano (vacaciones mediantes) supone una peculiar parafernalia de viajes delirantes, playas abarrotadas y ominosas para la salud, noches desenfrenadas, niños perplejos, adolescentes en crecida hormonal, jóvenes en desbandada, adultos un poco patéticos en busca de la eterena juventud y viejos abandonados y sorprendidos. Cuentas onerosas que se pagan con creces en el otoño, cuando se ha terminado el dinero, la tempeatura baja, el trabajo se agiganta y la mínima responsabilidad dice que hay que ser consecuentes.
   Por contra, nunca sentí la depresión postvacacional. Y considero el invierno como la gran estación a la medida y la exigencia humanas. Comprendo  a  los del norte y no me quejo de los del sur y su proclividad a la siesta relajante. Pero yo soy para el invierno y el invierno es para mí, pese a la edad provecta que ya visito. El frío, la necesidad de proteger el cuerpo, la claridad diáfa de las neuronas que se sienten removidas de su natural vagancia para el orden y la creatividad, el sol que calienta sin quemar, las noches estrelladas en tres dimensiones, los largos paseos musicales, la conversación amena, un buen cigarro puro en el salón frente al café humeante. Y un buen libro entre las manos.
   En todo caso y para tranquilidad de muchos, hoy no me siento espcialmente dispuesto para el bien común compartido. Me levanté cansado, la noche fué movida y salpicada de vómitos involuntarios e irrefrenables. Lo digo con el diapasón atemperado: padezco hernia de hiato desde hace cuarenta años. A nadie se la deseo aunque convivo con ella sin mayores sobresaltos y disgustos. Hoy me ha hecho notar su presencia y menos mal que ya pasó el verano. Me invade un mal humor gastroneuronal notable. Dieta suave, obligado reposo, no mucha compañía para eviitarles las posibles tarascadas de fuerte carácter, alguna tisana relajante y mucha música. La terapia me la conozco como si mi sombra fuera. Tres día de intraconfraternidad y pasará el episodio. Como la lluvia en sordina del sur.

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