domingo, 6 de diciembre de 2015

Enseñar Literatura

    Una vez más, la polémica que algunos creíamos superada y resuelto el problema y la dicotomía falsa: enseñar/aprender  o no Literatura.
  Hubo un tiempo, durante la transición política española, en que la libertad, afortunadamente, se instaló en todas partes. Lo necesitábamos para la salud física y mental de los españoles, en plan individual y colectivo. Pero siempre acontece cuando las aguas desbordan el cauce tradicional, hay peligro de inundación destructiva. Sucedió. En las aulas de la universidad todo se discutía. Y eso era bueno. Lo malo estaba en la falta de preparación para el diálogo. Y se instaló un peligro evidente: hablar de cualquier cosa con escaso conocimiento, aduciendo que cualquier opinión es tan válida como otra. Aquellos vientos trajeron estas tempestades. Basta conectar diez minutos la televisión y parar mientes en cualquier programa, sobre todo los políticos y los rosa: todos pontifican a gritos, desde la más supina ignorancia y, además, cobran por hacerlo.
  Otro dato importante, la enseñanza y la educación. Aquel genio de libertad dió en promover que la enseñanza debía ser divertida y que los profesores (incluídos los universitarios) debían motivar a los alumnos. Pues bien, salimos de la dictadura con dificultad en la lectura comprensiva, para desembocar ahora en la carencia de lectura: una tablet lo resuelve todo, como dicen los herederos de aquellas leyes docentes de infeliz recordación.
  Las Facultades de Letras dispersaron saberes, redujeron conocimientos y se vino a confundir información con sabiduría. Hubo que improvisar profesores a gran ritmo. Y fueron bien considerados los que, después de unas notas tomadas de manual,decían ante un cuadro del Bosco "!Mucha belleza ¿verdad?". O después de leer un texto de Rubén Darío exclamaban "!Qué bonito!"
  Así nos luce ahora el cabello undoso, por no decir que así nos brilla el pelillo de la dehesa. 
  Digo todo esto porque haces unos días participé en un coloquio sobre literatura moderna, amablemente invitado por un antiguo alumno que ahora dirige un taller de creación literaria. Escuché con atención y,cuando me correspondió hablar, dije que la literatura se puede enseñar, como cualquier otra parcela del conocimiento humano, laboriosamente acumulado a lo largo de la historia. Los ponentes anteriores coincidían, casi todos, en que el arte (la literatura, por tanto) no se puede enseñar, es cuestión de cada uno, de su intuición y sensibilidad,  y otras zarandajas por el estilo. Y lo triste es que lo afirman sin rubor, ignorando su propia ignorancia, una especie de pleonasmo psicológico de difícil superación aclaratoria. Siempre se ha estudiado poco en el mundo de las humanidades. Ahora menos. Basta con observar programas y hablar con los licenciados medios, que brotan de la universidades como abundantes frutos fuera de temporada.
  Como los ví afectados, si que vanidosos en sus creencias, les recomendé que leyeran el prólogo que coloqué al frente de "Literatura hispanoamericana. Textos para el comentario", dedicado a mis estudiantes de los primeros cursos de Literatura en la universidad. Incorporo dos párrafos:
  "Enseñar Literatura no es otra cosa, en síntesis, que enseñar a leer con toda la hondura y capacidad de discernimiento posibles. Sucede que para desarrollar esta labor se precisan tres elementos y un caldo de cultivo: el profesor, el alumno y el texto, que reunidos en MESTER común  --ahí el citado y casi biológico caldo de cultivo-- realizan el comentario y, por ende, la enseñanza necesaria y posible como transmisión de vivencia de lo literario.
  La necesidad del comentario se revela incuestionable, ya desde los niveles de la sugestión, por lo que resulta ocioso un razonamiento ad hoc. En tanto que profesor, estoy convencido de que es el único método  --en todo caso, el más válido-- para una eficaz labor pedagógica donde se descubre,además, el corpus histórico y, por encima de él, la entraña última del fenómeno literario. Lázaro Carreter lo ha notado certeramente. Sucede, sin embargo, que los métodos de comentar no han tenido demasiada aceptación en nuestros pagos. Entre nosotros (universidad, profesores, alumnos inseguros) ha sido prestigiosísima la clase-conferencia-magistral, cuanto más documentada y apabullante, mejor. Y continúa siéndolo para graciosa desesperación de los que discrepamos. Por otra parte, la legislación siempre ha dado pié a la teoría profusa, al contemplar la clase práctica como simple complemento de la obligada teoría, expositiva, histórica, monologal y excluyente de la posible voz de los alumnos, acostumbrados al cómodo silencio receptivo".
  Recuerdo a los lectores, que ésto lo escribía por los años ochenta del siglo pasado, en prólogo orientador que se extiende hasta las cincuenta páginas, por si os pica la curiosidad histórica.

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