domingo, 11 de octubre de 2015

Libros que llegan a la mesa

   A la mesa de trabajo, naturalmente, pues costumbre inveterada es que los editores hagan llegar sus publicaciones a los despachos de quienes damos clase a elevado número de alumnos. Diz que por generosidad y para ayudar a los asendereados profesores, cuyas universidades, de siempre, han dispuesto de pírricos dineros para tal menester, la compra de libros y otros elementos que pudieren sustentar un trabajo digno, considerando a los estudiantes y sus necesidades como elemento central de su atención y largas miras. Nunca lo dudé, pero también algo habrá de sutil implicación fenicia en el menester (nunca mejor dicho), por otra parte muy respetable y, si me apuráis, necesaria para el buen gobierno de la república o reinado de las ciencias y las artes.
   También los escritores de toda laya y condición suelen hacerlo. En general, con amables dedicatorias, no exentas de cierto halago,, más o menos elegantes y sutiles, dependiendo de la calidad de los libros que alcanzaron a redactar y componer.
   En todo caso, bienvenido sea este trabajo, tráfago y movimiento de libros por calles y plazas, por despachos, estudios y aulas. Que el buen paño ya no en el arca se vende, como parece que aconteción en pasadas épocas, según dicen los que no renuncian a la Arcadia feliz.
  Durante la última semana me han llegado una docena larga. ¿Tanto se publica en este país? No me extraña que los bosques anden temblorosos y preocupados por la supervivencia nemorosa. Y también los ecologistas, que alguno debe haber generoso de su tiempo y su trabajo, ajenos al doblón en bolsa, como suele ser corriente y habitual en estos tiempos que nos toca vivir.
  En esta ocasión, y aprovechando el día de la Hispanidad, he dejado a la puerta de mi descho medio centenar de acumulados libros, no todos buenos, aunque algunos excelentes, para el mejor fín que para ellos imagino: que los recojan los esudiantes y los llevan a sus estanterías, quiz.a no muy repletas.

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