sábado, 3 de octubre de 2015

Inesperada biblioteca

He pasado unas cortas vacaciones en Extremadura. Mi mujer era la única región española que no conocía y le ha gustado mucho la tierra, el austero paisaje de media montaña y dilatadas llanuras para las espigas de cereales, así como verdes dehesas para la cría de cerdos pata negra, toda la piel oscura y peculiar configuración de cabeza y hocico prognato. Las gentes, muy amables, picando en lo servicial digno.
  Hemos habitado una casa de planta baja, muy antigua, pero especialmente preparada para el menester , restauración moderna y funcional. Lo hemos pasado bien, relajados y gozando de silencio y tranquilidad.
  Pero lo más sorprendente ha sido la biblioteca que hallamos en una leja del salón, veinticinco libros variados, entre los que cabe destacar media docena de calidad, no asequibles para lectores medios o simplemente aficionados a la lectura discreta.
  Debo decir que la dueña del mesón es persona culta, retirada del mundanal ruído de las grandes ciudades y que, hace años, decidió emplear su patrimonio en media docena de estas casas, restaurándolas adecuadamente para un turismo elevado, exigente, que no solo busca sol y mar. El acierto ha sido pleno, pues recibe solicitudes de numerosos países, incluídos Japón, Canadá y Australia.
  De ahí los libros y, también, otra buena colección de discos con música clásica y popular bien elegida.
  A estos niveles, la región ofrece paisaje austero, gentes acogedoras, profundas raíces de historia y arte, amén de gastronomía notable, no en vano este año Cáceres ostenta la capitaidad ineternacional de la buena mesa.
  Y ya que cito esta ciudad, su centro histórico es una maravilla que aúna iglesias y palacios excelentes, una vez que los castillos han pasado a segundo plano por razones obvias.
  Una pequeña anécdota significativa. Hemos visitado varios restaurantes, como es obvio. Y en el más frecuentado por sus buenas viandas, dos camareros, chico y chica, nos sorprendieron por el buen conocimiento que tienen de Gabriel y Galán. Habían leído "Los santos inocentes" de Miguel Delibes, que merecía ser extremeño, según dijeron, por lo bien que retrataba esta tierra. Incluso, ya en confianza, nos recitaron "El embargo". No está mal.

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