miércoles, 29 de julio de 2015

Dos condiscipulos de la Escuela Primaria, alla en Castilla

  Dos buenos amigos, los dos vivimos en Castilla la niñez y primera juventud. Y alla por la historia, siendo adolescentes, emprendimos viaje por caminos distintos.
   Todo comienza el año 1948, en el pueblo que toma nombre de rio porque se ubica junto al nacimiento del Duero, al pie del padre Urbion. El se llama Roman Martin Simon y  mi nombre ya lo conoceis. Compartimos pupitre y con eso esta dicho casi todo.
Prolegomenos para entender la historia. Duruelo de la Sierra pertenece a varios municipios, la Tierra de Pinares, de Soria y Burgos, con una peculiaridad: la propiedad de montes comunales.
   Durante mucho tiempo, la comunidad de propietarios podía vivir sin trabajar, tal era la cantidad de dinero que recibían por la suerte de pinos: unas 80.000 pts. por matrimonio ("Suerte" completa, media suerte cuando eran solteros).  Por aquel entonces, un maestro nacional ingresaba unas 10.000pts. anuales brutas. Vivían tan bien, que las mujeres solían ir dos veces diarias a la carnicería. Abundaba de todo, incluído el pan blanco sin limitación. Será difícil que las nuevas generaciones comprendan que ese era, y en gran medida es, nuestro país, al que había que sacar de dos postguerras. Aquello era una crisis. Pasemos página.
   El caso es que éramos dos amigos inicialmente, Mariano y yo. Después,  Román y yo. Curioso, ambos llegaron a ser alcaldes. De Mariano escribiré otro día, por el momento baste saber que estudió en el colegio del Pilar, Madrid, y llegó a ser un buen ebanista.
   Con Román hice la escuela primaria casi completa. Compañeros de pupitre, como he dicho, el último año de mi permanencia en el pueblo me correspondía ser el primero de la clase por curriculum. Cuando empezamos el curso, yo permanecí el segundo. Como no lo entendía, pregunté a mi padre. Como de costumbre, sacó la petaca, lió un cigarrilo y me respondió:"Dentro de unos años lo entenderás todo". Y se acabó el diálogo que no interfirió en el partido de pelota vasca de la tarde, ni en las partidas de ping.pong y ajedrez por la noche, en el Hogar Rural Juvenil que mi padre  también dirigía, por aquello del Frente de Juventudas y otras lindezas de la Falange.
   Lo que nos permitía unos ingresos extra. Confeccionábamos un periódico mural, Aire Libre, equipo de clase: media docena de alumnos entre dibujantes,  escritores y maquetadores. A los mejores murales de la provincia, la jefatura de la capital concedía un premio de 250 pts. al trimestre. Lo ganábamos siempre, hasta que el jefe provincial envió un oficio a mi  padre ( que conservo) sobre la conveniencia de hacerlo mal alguna vez para que pudieran ganar otras escuelas. Así funcionó durante dos años. Así vivíamos y así éramos felices, porque contra las zarandajas de behaviorismos y otras tonterías psicológicas basadas en la ignorancia, la niñez es la etapa más dura y fuerte de la vida, porque hay que sobrevivir aprendiéndolo todo y no queda tiempo para la desgracia: unos buenos padres, una alimentación discreta y equilibrada, mucho juego al aire libre y regular disciplina en la escuela camino de la vida. El resto lo pone cada niño mientras va independizándose progresivamente.
  Pues bien, el año de mi frustración por el puesto en clase, se produjo el milagro. Se me ofreció la posibilidad de estudiar bachiller. El mes de septiembre realicé el examen de ingreso en el instituto y hasta el momento no he dejado de estudiar.
  Dos anécdotas aleccionadoras.  Primera, las fotografias de carnet. Como en Duruelo no había fotógrafo, me las hizo el barbero de Covaleda, que tenía una cámara. Para recogerlas, tuve que hacer 20 kilómetros corriendo, entre la salida y entrada en aclase, antes de comer( tres horas en total). Segunda, en la estación de ferrocarril de Soria, despedida para iniciar los estudios. Mi padre me despide, con su sempiterno cigarrillo, me toca un poco la frente y me dice: "Ahí tienes  una gran finca por explotar. De tu trabajo y organización dependerá el fruto". El señor que me acompañaba y yo subimos al tren. Como última imagen, recuerdo la figura de mi padre entre el humo y vapor de la máquina, con el puntito rojo del cigarrillo perdiéndose en la lejanía. Desde entonces, estuve tres largos años  sin verlos: tres hermanos, madre y padre. Cuando se produjo el reencuentro, había terminado el bachiller elemental,  reválida incuída.
   Pasaron los años. Perdí contacto con los amigos de Duruelo, Román y Mariano incluídos. Y por fín regresé quince años después, como el conde de Montecristo o el vizconde de Bragelone ( un poco de humor relaja).
   Y vi el pueblo como detenido en el tiempo. La riqueza comunal había casi desapaecido. Tenían que trabajar para sobrevivir, como cualquier hijo de vecino. Lo hacían todos los días de la semana, mañana del sábado incluída. Y presumían de tener  agua corriente y water en todas las casas, no creas.
   La primera merienda en las Peñitas, reunidos los ammigos de la escuela, fue contundente y reveladora. A la sazón, yo regresaba con dos oposiciones aprobadas: Maestro nacional y Catedrático de Instituto. No se lo creían. Y cuando ya el cierzo se dejaba notar al anochecer, con fuego de troncón bien avivado, el más arevido se lanzó a senteniar:"!Qué suerte has tenido! En cambio, aquí nosotros, tirando de tablón por no habernos ido".  Castilla... ayer dominadora.
   Recuperé algunos de los amigos, otros no tanto. Con Román volví a sintonizar muy bien. Incluso  me concedió, como alcalde, el título de Hijo Adoptivo, que  me honra. Luego les vino el falso desarrollo, seguido de la tremenda crisis, de la que saldrán con dificultad, que tal es el país, la tierra y el  tiempo que tenemos. En todo caso, el resto no será silencio (Shakespeare), sino miríadas de palabras que han de llenar el correspondiente capítulo de mis pobladas memorias.

No hay comentarios:

Publicar un comentario