viernes, 7 de noviembre de 2014

La virtud en libros

  Me alegra la cantidad de consultas sobre la posible relación de los libros con la virtud. Y me place ofrecer mi punto de vista, que comienza por una definición apodíctica: todo está en los libros. Y ello por una razón entre tantas otras . Los libros han ido recogiendo la experiencia individual y colectiva de la humanidad, decantándola por mor de la síntesis necesaria y la economía de medios para evitar una carga descomunal, difícil para el  cerebro que debe atender muchas cosas. Desde la hoja de parra paradisíaca, sabiéndose arrojado y condenado al trabajo y la historia de la no felicidad, el hombre aceptó que debía dejar constancia permanante de su huella transitoria en esta tierra de su placer y su desdicha. Por eso aprendió a escribir y luego a leer, de manera que el recorrido desde las cuevas ilustradas, pasando por papiros y tablillas hasta llegar al libro artesanal y manuscrito que desemboca en la genialidad de la imprenta multiplicadora, el hombre ha ido llenando capítulos del magno libro de su historia, para evitar el olvido, fomentar el recuerdo y recordar a la frágil memoria que él, antepasado necesario, estuvo aquí.
  Acontece, por otra parte, que el ser humano aspira siempre al paraíso, aún sabedor de que el infierno tan temido lo acechará incansable. Considera la filosofía y la literatura como consolación para su propia vida. Recurre a la imaginación y al sueño como tablas de salvación para crear cuanto se le permite. Y llegado el caso y momento histórico, se plantea la ética como fuente nutricia de tantas cosas vitales. Descubre la idea de bien y de belleza, que se potencian sin contradecirse sobre la base de la verdad. Y concluye que verdad y bondad son el binomio perfecto para superar los estadios iniciales de la escala zoológica: razón última y definitiva de la ética. Pero la ética, queridos amigos, se basa en la virtud o no pasará los predios de ficción ofensiva para el hombre que la inventa y define. La virtud al modo aristotélico, pero también al platónico, mezclando la medida, la equidistancia y la emocionalidad para que todo quede integrado.
   Aspirar a la virtud debiera ser la gran ambición del hombre arrojado en el mundo, entre las cosas, como pretendía Heidegger. Y esa virtud es la perfección matemática y la pitagórica música de las esferas. El hombre lo sabe, lo reflexiona, lo siente y, por considerarlo su gran descubrimiento, palabra y obra merecedora de presencia y recuerdo, aspira, pretende y logra dejarla escrita después de haberla practicado camino de la perfección. Y así, la duda incentivadora se transforma en certeza salvífica. La virtud conduce a la sabiduría y la transitoriedad vital del tiempo queda hermosamente atrapada en la geografía permanente del libro que habrán de leer, para su provecho y felicidad, las generaciones venideras hasta la consumación de los siglo. Los libros son encarnación de la virtud y virtud ellos mismos por su propia naturaleza. Los pocos y buenos libros que guardaba para su retiro, placentero y devoto, el gran poeta renacentista de la razón ética y la emoción sensible.

No hay comentarios:

Publicar un comentario