viernes, 13 de mayo de 2016

La holandesa y Mario Benedetti

  La conocí hace veinticinco años porque vino a Murcia para realizar el intercambio Erasmus.  Joven aplicada, guapa y con don de gentes, hablaba bien el castellano. Decidió elegir mi asignatura, por entonces todavía nada fácil, basada en abundantes lecturas y sin la menor concesión a los erasmus  que viajaban para realizar turismo, conocer todos los tópicos de los países que visitaban y, en las pocas horas libres de diversión y entretenimiento, se dedicaban a solicitar benevolencia de los profesores. Mi antídoto era muy sencillo: los citaba (primero individual y luego colectivamente) en mi despacho, les explicada lo difícil de la asignatura, intentaba desanimarlos y les recomendada otras clase donde hallarían facilidades y mejor comprensión. Pero si aún así,decidían quedarse, obtendrían buenos resultados finales. Les daba una semana para pensarlo y muchos renunciaban a la empresa, ellos se descargaban de onerosas obligaciones y yo no tenía que batallar con aficionados extranjeros de problemático estudio.
   Debo reconocer que dos grupos de ellos decidían renunciar a mis recomendaciones: los chinos (mejor, chinas) y aquellos que venían de los países del Este, ukranianos (mejor, ukranianas).  Ninguno renunciaba y era un gozo tratar con ellos. Quizá el ejemplo más notorio lo vivimos un año, con doce chinas que ocuparon la primera fila del aula el primer día y allí permanecieron todo el curso, sin un sola falta de asistencia.
  El caso de la holandesa es parecido. Y hace unos días, veinticinco años después, la encontré por la Facultad, gran alegría por el encuentro y los recuerdos. Me lo contó todo de aquel año, datos que incluso yo no sabía o había olvidado. Venía con su marido y con su hijo Miguel.
    Reencuentro muy agradable. Muchas palabras, muchos libros, mucho entusiasmo. Y me contó la gran anécdota. Eran los años de la riqueza, cuando traíamos a los mejores escritores a nuestras aulas. Le correspondió Mario Benedetti y su conocimiento le cambió la vida. Conserva como oro en paño el libro que le dedicó. Y con entrañable abrazo, me agradeció que le hubiera ofrecido la posibilidad de conocerlo,  hablar con él y leer el conjunto de su obra como un regalo inapreciable.   Así es la vida de los profesores. Dura en muchos aspectos, pero reconfortante y compensadora en no pocas ocasiones. Los libros dan para mucho.

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