viernes, 20 de mayo de 2016

BORGES, Doctor honoris causa, problemático y reconocido al fin


  Ayer os lo adelantaba. Borges fue reconocido Doctor honoris causa unos meses antes de morir. Y hubo la correspondiente disputa entre tirios y troyanos, pues cuando los profesores poco convencidos de su tarea, se dedica a perseguir, y en muchos casos logra, los cargos administrativos y de dirección política en la universidad, prevalecen los reglamentos administrativos sobre la creatividad, la imaginación y el buen hacer pedagógico.
  En esta ocasión, una vez más, se produjo la polémica entre los pocos entendidos que estaban detrás de la propuesta, y los muchos ignaros que no la entendían, mucho más por desconocimiento que por maldad administrativa. Os traigo una sola anécdota, entre muchas vividas y aducibles. Y los papeles en marcha, el Vicerrector de turno, responsable del proceso, me llamó a su despacho, donde sin rubor alguno me dijo que le sintetizar la vida y milagros de José Luis Borges, para moverse con mayor soltura.  Le aclaré el nombre.  "Eso, eso, Jorge, !en qué estría yo pensndo!".  La vergüenza ajena me invadía, pero la prudencia me impidió manifestarla.



  Con los meses, llegaron todas las bendiciones, Facultad, Claustro, Junta de Gobierno. Todo dispuesto, mientras Borges continuaba en Ginebra. Hablamos varias veces, siempre ausente la Kodama y con la complicidad amable del recepcionista del hotel. Largas conversaciones para ir desbrozando el camino. Y en una de ells, otra anécdota. Por aquí se movía un poeta que presumía de gran amistad con Borges y otras prebendas. Así se lo comenté al autor de  "El Aleph", quien con esa voz oscura, un poco nerviosa y bastante irónica que le caracterizaba, se limitó a exclamar: "!Poeta imaginativo!".
   Le pedimos las correspondientes medidas para el traje talar. Las envió y, durante los trabajos y los día,  fuimos conformando todo: sotana, muceta, birrete, puñetas, la medalla, el Libro de la Ciencia y el pergamino de nombramiento. Durante la última conversación desde el despacho del Rector, quedó fijada la fecha de investidura, justo para el mes de mayo, cuando culminara el Congreso que le dedicaríamos y que él sería el encargado de clausurar.
  Pero el hombre propone y Dios dispone. Así aconteció para cerrar por el momento esta historia imaginativa. muy borgiana por cierto.
Un mal día suena el teléfono y escuchamos que el gran argentino había muerto.  Y todo quedó en suspenso transitorio.
   Celebramos el brillante Congreso, recogido en libro espectacular para bibliófilos. Y lo fuimos disponiendo todo para que, incluso administrativamente, quedase todo claro: fue Doctor a todos los efectos, aunque sin la investidura protocolaria por imposible.
  Pero, claro, de nuevo las mentes burocráticas. Al cabo de los años, en la pared derecha del claustro se imprimieron los nombres, en tinta roja, de todos los Doctores honoris causa, menos el de Borges. Comenzamos una lucha. Tirios y troyanos, galgos y podencos, doctor o no doctor muerte mediante. A todo el mundo he recordado el caso de Machado y la Real Academia de la Lengua.
  Hoy respiro con alivio y fruición. Su foto aparece entre los Doctores, rodeado de mucetas multicolor y puñetas todas blancas, caladas sobre fondo negro. Vestido de traje, corbata y apoyado en su sempiterno bastón. Uno y el mismo, aunados Heráclito y Parménides, situación que le suscitará una sonrisa comprensiva.

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