sábado, 7 de mayo de 2016

Historia malhadada de un gran Archivo

   El ahora Catedrático Emérito de Literatura Hispanoamericana, estudiaba por aquellas calendas cuarto curso de Filología Románica en la Facultad de Letras de la Universidad de Murcia. Imaginen la situación, año 1962, ciudad provinciana y bastante agrícola, casi todo por hacer, casi todo detenido por por de las circunstancias sociopolíticas, todo muy vigilado, muy pocos estudiantes en la Facultad, escasas manifestaciones culturales (algunas actuaciones flamencas, perdidos conciertos extraños, un ciclo de cine dedicado al neorrealismo italiano, un poco desnortado el conjunto) con algunas excepciones dignas de recordación. Los Colegios Mayores
(masculinos, "Cardenal Belluga" y "Ruiz de Alda", nombres indicativos de la situación; femeninos  "Monjas Carmelitas" y "Monjas de Jesús María", no menos significativos) algo intentaban, si que con escaso eco y éxito más alla del constreñido SEU.
   En ese contexto, que dirían los cursis de ahora mismo, un buen día el futuro profesor recibió una sorprendente invitación: participar en una Mesa Redonda sobre la Universidad, presidida por el Catedrático de Filosofía del Derecho, doctor Mariano Hurtado. Se realizaría en al Colegio de las Carmelitas y se le invitaba por ser estudiante brillante, bien preparado y discreto, según decían sus maestros y las calificaciones de los académicos cursos.
  Aceptó complacido, sin sospechar que su intervención levantaría polémica y alguna bastante airada manifestación del público asistente, por otra parte universitarios todos, unos cuantos profesores y muchos estudiantes. Aquello resultaría premonitorio y un cierto estigma para el estudiante, motejado de "político" a partir de entonces, en el sentido no precisamente amable que el calificativo comportaba entonces, prolongado en cierta  medida hasta nuestros días. No hay que olvidar la frase del prócer: "Haga como yo, no se meta en política".
  Pues bien, allí comenzó a gestarse todo, el magno Archivo que llena estantes y cajas. Expliqué mi ponencia sobre la siguiente tesis: el estudiante es un trabajador más del Estado (ahora le llamaríamos funcionario), por lo que debe percibir un salario en función de resultados y calidad. !Hic Troia fuit!... Muchas propuestas. Hasta que llegó la de un Catedrático airado, cuyo nombre dejo en la penumbra: "¿Salario al estudiante, encima de que es un privilegiado poco trabajador, en general?".  No haré ningún comentario ahora.
  El caso es que aquello se recogió en un humilde programa y algunas notas a ciclostil, que conservo.  Repìto, allí comenzó la historia de doce mil amplios documentos archivados. Buen prolegómeno, sin duda, que auguraba los muchos y buenos cambios sobrevenidos con los años, hasta descubrir la democracia y vivir estos tiempos, pese a todo, mejores que los pasados.

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