UN BACHILLERATO FELIZ Y LIBERADOR
Así que cumplí catorce años , entendí los aplazamientos del estudio y la jaculaoria de mi padre , repetida cuatro veces desde los diez : "Ya lo comprenderás cuando seas mayor" .
Lo comprendí y lo acepté como todo lo que me decía , entre otras cosas porque siempre tenía razón , actitud importantísima para el crecimiento global de los hijos .
En esos tres años lo intentaron casi todo , incluída la posibilidad de acudir a un colegio frailes , con el compromiso de seguir la carrera sacerdotal .
Finalmente se produjo una circunstancia feliz y pude comenzar los estudios de bachillerato , si a 700 kilómetros de la casa paterna , aunque con todas las perspectivas prometedoras y salvíficas , esto solamente lo entenderán las gentes de mi generación , niños que fuimos de la ominosa postguerra , con todo lo que ello supuso .
Lo primero fué abandonar casi todo lo que hasta entonces disfruta . Unos padres magníficos , unos hermanos estupendos . Después mis montañas , mi río y mis bosques así como los amigos enraizados . Y las tenadas acogedoras frente al frío . Y los primeros amores entrañables , tres o cuatro a la sazón , que me acompañarían mucho tiempo , de manera especial Carmen , la niña de los torabuzones rubios y los iniciáticos bailes en la plaza .
Todo esto medolió mucho , ciertamente , pero no me importó demasiado , pues la puerta que se abría dejaba entrar nueva luz y espacios nuevos estudio mediante .
Aunque por la edad no lo entendía del todo , sí estaba segura que estudiar habría de significar todo una liberación cara al futuro , a tal extremo las prédicas padre-madre , y las prácticas diarias , habían plantado raiz en mi cerebro y en mi corazón .
En aquellos fronterizos momentos supe que la dimensión intelectual habría de predominar , satisfactoriamente , a lo largo de mi vida .
De modo que una mañana de septiembre de mil novecientos cincuanta y dos , en viejo autobús renqueante de gasógeno , mi padre me acompañó a la capital , Soria , camino de la estación del ferrocarril , donde me recogería un familiar para incorporarme a la nueva vida , que habría de compartir con unos tíos ricos y sin hijos , pero no adelantemos acontecimientos .
El tren hacia Madrid , todo un espectáculo para un niño de pueblo , montaraz y altivo , que no había viajado más allá de los pueblos cercanos . Gran parte del tiempo lo pasé acodado en la ventanilla , contemplando los cambiantes paisajes . A la noche fuimos a un buen hotel , dimos un paseo por la Gran Vía madrileña y mi tío me compró una corbata roja . La sorpresa de la gran ciudad desbordó la imaginación , y durante muchos años retuve la imagen frenética de los automóviles circulando a gran velocidad .
Al día siguiente viajamos a Toledo , ciudad de mi padre , para visitar a otros familiares cercanos que incluían a mis primos Angel y Conchita , un poco mayores que yo .
Finalmente , otra vez el tren hasta Hellín , estación términi y de asiento inmediato . La Mancha me impresionó , y pasados los los años , leyendo los libros de Azorín , recordaría su párrafo escueto y revelador : "La Mancha , esa inmensa llanura interminable , y al fondo la pincelada azul de una montaña" .
Llegamos a mi nueva ciudad con dos agradables sorpresas permanentes : una casa de tres plantas y variadísima comida en el aparador del salón y en la conina . Amén de una criada interna , que también se llamaba Carmen .
Al cabo , todo dispuesto para realizar elexamen de ingreso en el instituto de la capital , Albacete , adonde debería viajar de buena mañana .
Pero no adelantemos acontecimientos . Quédese para mañana el examen y el instituto , nueva experiencia .
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