martes, 14 de junio de 2016

EL SEMINARIO DE FILOLOGIA ROMÄNICA, refugio y fortaleza


   Una parte importantísima de la universidad, como institución y también como edificio. Entrada sin ascensor, escalera de mármol y pasamanos de madera relativamente torneada, superación de las plantas-aulario, pasillo largo con dos Seminarios: el de Arte y el de Filología, nada más, que ya he dicho de las carencias y otras desvirtudes de la época. Bien es cierto que eramos muy pocos alumnos (no más de 200 en toda la Facultad) y no era costumbre ir a estudiar a los  seminarios, hasta que algunos pocos estudiantes a partir de mi generación lo fuimos practicando, con buen criterio hasta la nueva escasez sobrevenida en tiempos de folklore y politización, amén de ruina, universitaria los hicieron desaparecer: hoy quedan celdillas de aislamiento que llaman despachos, poco más.
   Volvamos. Se llegaba a la puerta, marco de hierro y cristal esmerilado. Se abría, larga mesa de madera de pino, pequeña mesa para el profesor encargado, en diagonal bao una ventana, paredes forradas de armarios llenos de libros que pocos utilizaban, estufa de serrín y un perchero de árbol con bolas de madera para colgar abrigos y otros aditamentos de indumentaria. En este sentido, recordaré una anécdota de don Angel Valbuena. En mi curso había tres hermanos maristas, uno de los cuales llevaba siempre su sombrero clerical qu colgaba en el perchero. Un día, ya todos sentados alrededor de la mesa para la clase, se abrió la puerta y entró el maestro Valbuena Prat. Permaneció unos segundos de pie y, mirando al perchero y señalándolo, dio en decir: "¿Cuya es la teja?".



  Lo destaco despues de haberlo citado en el conjunto universitario, porque durante los cinco años de licenciatura, de manera especial los tres de especialidad, constituyó parte fundamental de mi casa, pues que yo no sólo iba a estudiar, sino a estar en otras situaciones domésticas y emocionales.
  por ejemplo, allí fui viendo lo que significaba una oposición docente con el ejemplo de Juan Estremera, Manuel Ruiz Funes, Mariblanca Lozano y Salvador Sandoval, ya que Sabino Belzunegui desapareció pronto del seminario y le perdimos bastante la Pista. Al fi, los tres varones aprobaron Cátedras de Lngua y Literatura Española, Mariblanca la de Italiano. Los cuatro, un ejemplo para mi.
   Me acogieron bien desde el principio. terminada la licenciatura, como ya he dicho en otros lugares, me encomendaron las clases de literatura hispanoamericana, amén de un curso de métrica del Siglo de Oro, como profesor gratuito de clases prácticas. por entonces, la gratuidad era norma y se podía ver compensada con las posibilidades de utilizar los materiales y los profesores de la Facultad. Al mismo tiempo me nombraron profesor del Colegio de los Maristas, con que ingresaba una soldada suficiente y disponía del tiempo necesario para el proyecto a largo plazo de mi vida profesional.
   También para eso utilicé el seminario, mejor dicho, el despacho que compartían los profesores Baquero y Valbuena. Por la mañana lo utilizaba para preparar las oposiciones de instituto, cuatro horas de estudio sin interrupciones.  De tres y  media a cinco y media, clases en los Maristas. El resto e la tarde,  trabajos de doctorado, graduación sin la cual no podías aspirar a la docencia universitaria como meta definitiva. Por la noche, todas las lecturas del mundo y alguna que otra diversión que no merece publicidad.
   De mi ofensiva seguridad en mí mismo, recuerdo una anécdota insolente de la que me arrepentí y pedí perdón. Los opositores del seminario hablaban mucho conmigo. De lo divino y lo humano. Yo había presentado la Tesina y recibido el Premio Extraordinario de Licenciatura. Me preguntaron pòr mi futuro y les dije: "Yo aprobaré las cátedras de instituto a la primera". Los tres se sintieron ofendidos con toda razón, por motivos que no son del caso. Mariblanca, más comprensiva y cercana, conversó conmigo conciliadora y me hizo ver lo impropio de aquella jactancia y me razonó dos cosas: una, que estaba convencida de que yo aprobaría a la primera (como así sucedió). Otra, que debía pedirles perdón e invitarlos a un café de desagravio. Así lo hice, sin titubeos. Y todo quedó en amistad que aún dura.
   ¿Comprendéis la trascendencia del habitáculo en mi vida joven de doctorando y opositor en tiempos de dictadura? Pues por eso lo incorporo y recuerdo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario