martes, 17 de marzo de 2015

Un premio, un libro, una vocación

  Acabo de leer que Nancy Atwell ha ganado el Premio a la mejor maestra del mundo. Pocas cosas pueden proporcionarme mayor alegría  y satisfacción.
   Lo del premio está muy bien, pues la buena tarea realizada merece reconocimientos, incluso económicos, en una sociedad que suele premiar banalidades y actividades mediocres sólo porque están de moda, respondiendo al gran srcasmo de Lope de Vega:"El vulgo es necio y, pues lo paga, es justo/ hablarle  en necio  para darle gusto".
   Resulta que la ganadora ha cedido el millón de euros a su colegio de siempre. Ahí empieza lo bueno, en el desprendimiento y generosidad, sabedora ella de que el dinero puede contribuír, como vicario colaborador, a las buenas obras casi bienaventuranzas.
   La bondad se incrementa cuando piensa en los niños. Considera que la lectura salva y procura protección, contribuye grandemente al desarrollo personal, perfecciona la calidad humana individual y colectiva. Y procura que lean mucho y bien.
  Ahí está la razón fundamental de las vocaciones importantes y definidas. Cuando se es maestro por vocación importa poco la carrera, que viene dada por añadidura, pues que lo uno conduce a lo otro. Este pequeño razonamiento sirve (debería servir, al menos) para cualquier actividad humana, no importa el nivel económico, social, de prestigio, etc. que pueda producir.
   Claro que hay dos vocaciones particularmente responsables y comprometidas: médico y maestro, por ese orden. El primero cuida la salud del cuerpo; el segundo, la del espíritu. Verdad de Pero Grullo, pero necesaria de manifestar una y otra vez, en todo tiempo y lugar. Por eso celebro tanto el ejemplo de la señora Atwell.
   Y para terminar, os contaré una pequeña peripecia personal. Yo empecé muy tarde los estudios de bachillerato, por causas y razones que otro día contaré, por si alguien estimare oportuno tenerlas en cuanta. Se me daban bien las ciencias y las letras, pero mi profesora de matemáticas estaba empeñada en que optara por la primera opción "ya que tienes cabeza científica", me decía. Aprobé la reválida de cuarto, bachiller elemental. En quinto elegí letras y su disgusto fué monumental, seguido de una bronca profesoral paradigmática. Me quería muchísimo. Con el tiempo, la edad nos fue acercando y llegamos a ser grandes amigos. Cuando aprobé la cátedra de universidad, fue una de las primeras en felicitarme.
   "Sabía que llegarías adonde quisieras", me volvió a decir con orgullo sano de gran profesora. Yo se lo agradecí, pues mucho contribuyó a mi desarrollo intelectoemocional.
    Su frase apodíctica la utilicé con frecuencia. Los tiempos eran difíciles y problemático el estudio fuera de casa. En múltiples ocasiones me preguntaban hasta donde quería llegar. Respuesta invariable:"Hasta donde me dejen".
   Y en ello estoy. Disculpad la pequeña vanagloria, que cuando los vientos han soplado favorables, tendencia humana es exagerar un poco el autoaprecio.

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