miércoles, 4 de marzo de 2015

Libros para niños, los de siempre


     Vengo un poco enfadado esta tarde primaveral y mediterránea. Calor excesivo, cierto reflujo mental, todas las ventanas abiertas. Camino despacio hacia la cafetería donde suelo tomar dos cafés al día, descafeinados a causa de la edad y la tensión arterial quereclama sus derechos. !Y pensar que durante años lo tomaba negro, bien cargado y sin azúcar! Claro que también fumaba puros habanos y olorosas pipas alternativas, para equilibrar visitas y conversaciones, pues en soledad siempre constituyó un ceremonial minucioso y lento, muy placentero, acompañado de música, imaginación y recuerdos. Tiempos felices aquellos, pero no más que los actuales, pus que la memoria debe ser un acicate cara al futuro, nunca un ensimismamiento retroactivo, siempre banal y yermo, cuando no distorsionante de la historia personal y colectiva. Que si el futuro no presenta hermosas y reconfortantes perspectivas, avant la lettre, mejor propiciar el acabamiento del futuro.
   El caso es que, mientras miraba con atención la espuma bicolor del café, pensaba en el nombre de esta cafetería, casi milenaria, para los que habitamos la universidad en el último medio siglo. Y en esto que aparecen dos joviales parejas de mediana edad, en años pasados alumnos de mis aulas, y me saludad con alborozo y respeto, hasta que una de los cuatro afronta el problema: vienen de una agitada reunión de colegio (padres) y les interesa mi opinión acerca de los libros infantiles y las pertinentes lecturas. Está enfadada porque desacuerda con la profesora de sus hijos, que defiende a ultranza os libros para niños (autores modernos) llenos de dibujos,diz que para luchar mejor contra la invasión bárba de los celulares, nitendos, tablets y otros elementos electrónicos. ¿Piensa usted lo mismo que cuando nos daba clase?
   Le digo que sí. Y que es preciso distinguir entre un buen libro (esencial) y todos los elementos adventicios como medios e instrumentos para lograr un fín a través de los métodos pedagógicos, siempre necesarios.
   Pero llegados a los libros, lo repetiré por enésima vez. Los buenos lectores se hacen en la infancia, familia y colegio. El método es muy sencillo: leer con los niños y entregarles libros buenos adaptados a su edad. Los grandes libros de la humanidad, desde los griegos hasta nuestros días. Valgan dos ejemplos formidables, "La Odisea" y "Don Quijote". En ellos está casi todo, desde las aventuras en puridad hasta las reflexiones certeras para establecer una buena base de sustentación humana. Los niños encuentran todo lo preciso para su pasión por la lectura, que es tanto como decir el saber necesario para vivir más y mejor.
  El problema está en los adaptadores. Si prima un negocio editorial, malo. Si los adaptadores son advenedizos mediocres de lo culto, peor. Debieran ser profesores de mediana edad, buenos conocedores de la literatura, lectores impenitentes, maestros cercanos a los niños, equilibrados y con gran amor a la lengua materna, etc., que trabajaran con editores de gran alcance y elevadas miras. Es difícil encontrarlos, pero los hay. Nunca estarán en la "vida literaria", pero sí en la vocación docente.
   Yo recuerdo mis queridos libros infantiles, mis buenos maestros, la lectura individual estimulada y las lecturas colectivas la tarde del jueves, todos en torno al maestro. Y un libro de pastas duras, buena tipografía, pocos necesarios dibujos, que fuera recibiendo las huellas de las manos infantiles. Y el placer de las palabras aprendidas.

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