sábado, 20 de febrero de 2016

Don Quijoóe, con y sin prólogo, final ahora

Los niños participarán de la fantasía que los conforma. Para los jóvenes vienen reservadas las aventuras del cinético vivir. La vida y sus claroscuros la reflejarán los maduros lectores bien pertrechados. Y el sol invernal de los ancianos encontrará reflejos en la templanza todavía en vigente. Humor, ironía, sonrisa dulce, carcajada franca para las múltiples lecciones aprendidas y por aprender, que la vida es como la fuente que mana y corre sin descanso. Desde el niño deslumbrado ante los fuegos de Clavileño, hasta el anciano que, leyendo el testamento de don Quijote, recuerda y dice ven y verás al alto fin que aspiro, mientras el tiempo muere en nuestras manos.
  Con frecuencia repito que las tres virtudes teologales y las cuatro cardinales, tan humanas y deseables todas, tienen su asiento natural en el Quijote, desde la fe capaz de mover montañas, hasta la templanza que organiza el mundo para la felicidad comprensiva.
   Pero vámonos poco a poco, amigo lector, que como prólogo ya va siendo suficiente. No venga yo  dar en lo inoportuno del cansancio y propicie como cierto que en los nidos explicadores de antaño no hay pájaros cantores hogaño.
   Es la verdad que una buena mañana de primavera, cabe la cueva de Montesinos, se me ocurrió la idea de organizar un Encuentro para celebrar con mesura e cuarto centenario. Lo consulté con quienes convenía, tuvimos diálogos del conocimiento y todo terminó en las ponderadas y sabias páginas que componen este libro. Nada diré de sus autores, pues vas a leerlas con fruición y provecho. Tan sólo un apunte de reconocimiento agradecido. pudieron ser más los estudiosos participantes, pero nunca mejor su calidad. Que así se escriba y así se cumpla con la liberal y enjundiosa lectura que tienes por delante.  Dichosa edad y tiempos dichosos.

 

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