domingo, 27 de agosto de 2017

VIDA DE UN PROFESOR ( 5 )

FORMIDABLE  BACHILLER


    Cuando el bachillerato lo era de verdad,  seis cursos académicos,  más el curso preuniversitario para los pocos que aspiraban a la universidad.  Pocos,  pero buenos,  como predicaba fray Luis de los sabios.

   El caso es que lo llevó a cabo con plena satisfacción y ópimos frutos,  no tanto porque tuviera una privilegiada inteligencia,  cuanto por la armonía fructífera entre capacidad intelectual,  riqueza emocional y trabajo constante,  todo en gran medida producto de una familia extraordinaria y una educación con todos los predicamentos y exigencias del caso.
   Algunos pilares destacables.  Comenzando por el convencimiento de que los libros y la sabiduría serían su gran tabla de salvación,  su liberación casi definitiva.  Estudiaba por vocación y con placer, le interesaba todo y todo lo asimilaba con naturalidad,  sus profesores daban fé de ello y contribuían en altísima medida.
   A todos los recuerda con agradecimiento y cariño.  Don Andrés, el matemático, tan exigente y ordenado.  Doña Lola,  tan atractiva, que lo inició en los misterios casi órficos del griego.  Doña Elena,  que le abrió las puertas de la Filosofía.  Doña Fuensanta y sus empeños lingüísticos.  Don José Bernal y sus trabajos de laboratorio,  física y química mediantes, que tanto le entusiasmaban.  Y al cabo, el que más influyó por aquellos años hormonados,  don José Cervera,  con el que afrontó la Literatura en profundidad,  pues que le facilitó leer desde los presocráticos,  sin distinción favorita entre los teoremas de Arquímedes y la música de las esferas de Pitágoras. He aquí la frase mágica :  "Dadme un punto de apoyo y moveré el mundo".  Todo lo demás,  verdura de las eras,  que diría el elegíaco medieval.
   La realidad socio-económico-cultural de la ciudad le permitió conocer bien las correspondientes estructuras y modos de vida,  en un país aherrojado por la dictadura y la pobreza,  no precisamente evangélica.  La gran gleba de los trabajadores coyunturales,  una pequeña franja de clase media y unos señoritos con todo el poder económico,  político y empresarial. 
   Población agrícola,  su gran fuente de riqueza era el esparto,  que proporcionaba pingües beneficios sin trabajar,  por eso la clase obrera llamaba  "señoritos"  a los dueños de los montes,  habituales del casino.  Su observación y análisis le sirvió para afianzar compromisos y sentar las bases de su ideología,  permanente a partir de entonces:  la izquierda sin falsificación ni cinismo,  al modo evangélico cristiano con todas sus consecuencias.
   Por semejante vía de   "lo religioso",  tuvo dos experiencias enriquecedoras:  una con los franciscanos,  otra con los capuchinos.  Con estos últimos y a través de su amigo el padre Ibarbuchi,  dialogaba de filosofía y teología,  pues que siempre se sintió atraído por el fenómeno religioso y sus distintas manifestaciones a lo largo de la historia.  Con los franciscanos,  la cosa fue más compleja.  El padre Carrillo,  nuevo santo cura de Ars en versión de monje,  inició la Juventud Antoniana por invocació y a propósito de San Anronio de Padua,  santo milagrero por excelencia y de gran predicamento en nuestra tierra,  en la que participaban jóvenes de ambos sexos,  en general estudiantes,  interesados por cuestiones sociales,  de pobreza,  relaciones humanas,  etc.,  a tal extremo que había en la parroquia  un famoso cepillo llamado  El pan de los pobres.  Relizaban actividades de todo tipo,  tanto lúdicas cuanto deportivas y,  de manera especial,  se ocupaban de la vida y milagros de las clases trabajadoras,  las más desfavorecidas,  cuyo centro neurálgico era el barrio de Las Cuevas, auténtico campo de agramante poblado por gitanos  ( a la sazón tan marginados y perseguidos )  y otras etnias mezcladas en torno a la marginación.  Allí aprendió que los trabajos intelectuales eran importantes,  pero no menos lo era mezclarse con honestidad y dedicación en el diario vivir de las gentes,  sumergiéndose  "en las mesmas oscuras aguas de la vida" ( Santa Teresa dixit ).  La teoría y la práctica,  lo dulce y lo útil,  cuyas experiencias lo marcaron con especial marchamo nunca olvidado.
   También aquellas reuniones y trabajos sirvieron para orientar y desarrollar el mundo de las emociones,  incluídos los amores de juventud  (no se olvide la edad y las hormonas en justas casi medievales con sus primas las neuronas),  que florecían con la naturalidad de lo espontáneo, necesario y esperado.
   Y así pasaban los años de bachillerato,  aprendiéndolo todo,  asimilandolo todo,  viviendo todo lo que a su alcance individual y colectivo se presentaba.  La vida fluía torrencial y a borbotones.  Y de tal guisa y manera se plantó en los dieciocho años,  habiendo grabado en el frontispicio de su propio templo particular dos jaculatorias muy humanas.  La primera,  más asequible y generalizada: " Homo sum humani nihil a me alienum puto ",  que debiera ser el marchamo de cualquier hombre,  de manera especial en aquellos que pretenden trabajar con la cabeza "por de dentro", que diría el filósofo.   La segunda, mucho más compleja y espinosa, se cifra en la introspección necesaria y reveladora casi por antonomasia : " Nosce te ipsum " ( como hablamos del templo de Delfos, en griego podría sonar así  "gnozy seauton" ), la más importante aspiración del ser humano  "arrojado en el mundo,  entre las cosas",  en palabras del fiósofo heredero de propia Heráclito.
  En esto,  que llegó el verano tras de la última revalida.  Y con él los calores y el tiempo relajado,  propenso a las compensadoras diversiones para el equilibrio,  así como algunas otras ocupaciones convenientes a la edad y condición que lo caracterizaban.  Y con las miras orientadas al curso de transición que lo habría de conducir a la Universidad.

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