" Cuando calla el cantor, calla la vida". Así reza la vieja canción que se hizo popular a partir de un conocido poema , hace unos años. Hoy apenas nadie la canta o lee, pero la verdad emotiva del mensaje, permanece.
Con los escritores acontece igual. Los hay que suelen callar temporalmente y regresan al cabo de los años. No es bueno, pero tampoco demasiado malo, pues que su voz, aunque oculta, sabemos que entre nosotros permanece . Y sus palabras nuevas pueden revivir en cualquier momento.
No así cuando el cantor muere o cuando muere el escritor, caso que me ocupa esta tarde. Sabéis que hace unos días murió Juan Goytisolo, uno de los tres hermanos escritores que dieron mucho que hablar, y escribir, en los últimos años de la dictadura y algunos de la democracia, si que en tiempos recientes las cosas no sucedían igual. Los tres desarrollaron fecunda amistad con esta tierra y con algunas personas que aquí vivimos.
Abro la correspondiente carpeta del Archivo y constato que los tres nos visitaron en repetidas ocasiones, invitados porla Cátedra de Literatura Hispanoamericana, siempre afanosa y abarcadora, gracias a los magníficos equipos que la rodeaban.
El primero en venir fue Luis, el más joven y que afortunadamente todavía está en disposición de escribir. Lo hizo acompañado de Mario Satz, el argentino. "Antagonía" de un lado, y "Planetarium" de otro, justificaban ampliamente aquellas visitas y periplos fundamentalmente literarios.
Después vino José Agustín, el poeta de los tres, por obligado cumplimiento de las calas y estudios que por entonces realizábamos. Dos magníficos recitales, que se repitieron en El Escorial, marco de los excelentes cursos de verano que allí organizábamos y dirigíamos, tiempos de gloria y literario esplendor.
Al cabo, llegó Juan, el de "Campos de Níjar y "La traición de don Julián" , dos de sus libros entonces muy leídos. Sin duda, el más conocido y popular de los tres hermanos, con notable predicamento entre la juventud inquieta y lectora, de manera especial los universitarios.
Recuerdo que lo alojamos en el Colegio Mayor "Cardenal Belluga", en cuyo rojo salón de actos impartió su conferencia y subsiguiente coloquio. Despues cenamos en el amplio comedor, que llenamos a tope. El café se prolongó hasta las tantas. Y terminamos, casi un ritual, cortando alguna naranjas silvestres en las plazas de la Catedral y Las Flores.
Quedó a gusto y satisfecho, de manera que regresaba siempre que lo invitábamos. Muy serio siempre, con muy espaciadas sonrisas, pero en todo caso amable y cercano.
Aunque muy tarde, con los años le fué concedido el Premio Cervantes, que aceptó complacido, aunque nunca fue hombre de homenajes y otros saraos propios de la vida literaria, como la llamaba Juan Marsé para distinguirla de la Literatura.
El título de su primera conferencia es revelador y estimulante: " Flaubert o la adicción literaria". Y pues que no me gustan los obituarios, lo traigo a colación como incitación a la lectura para los jóvenes que no lo conocieron. Para los creyentes, una oración por su alma. Para los agnósticos, un libro por su espíritu.
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