CAMINO QUE HACÍAMOS AL ANDAR
Los cimientos estaban bien asentados , por parte del profesor y de los muchos , y buenos , que contribuían para que todo marchara según lo previsto . Podríamos decir con el poeta clásico : " La casa sosegada , el can dormido ".
Y pocos , quizá muchos , buenos libros siempre al alcance de la mano , pues que a la manera evangélica , la mies era mucha y pocos los segadores .
Pero no le importó . El camino estaba trazado y era necesario recorrerlo , a la espera de cuantas sorpresas pudieren ir aparaciendo , casi todas agradables y compensadoras , pues las pocas no aceptables llegan , se resuelven y pronto se olvidan , como clama la canción colectiva que apunta campos dispuestos a la feracidad .
Corrían los años setenta del siglo pasado . Los maestros del profesor comenzaban a estar cansados , y en modo alguno preparados para los cambios que se avecinaban , demasiados años de inercia , incluso de rutina diaria y control externo , que les parecía normal pues en tal ambiente habían nacido y realizado su trabajo .
Valgan dos anécdotas significativas : el Decano derribado en el pasillo y los primeros periódicos quemados en el campus mínimo .
En la planta tercera del edificio de Letras estaban los Seminarios y los despachos de los catedráticos . La distribución era común : despacho del catedrático y sala-biblioteca para los estudiantes , puerta mediante . En la sala se había reservado un especio para la mesa de trabajo del ayudante de turno , en el caso de literatura , para el joven profesor . To sobre los asuntos propios del casodas las tardes , maestro y discípulo departían educada y amablemente sobre asuntos de trabajo y personales , que iban incrementando cercanía y amistad .
Pues bien , un mal día el Decano de la facultad , profesor Luciano de la Calzada , caminaba por el largo pasillo lentamente , hacia el despacho del vicedecano , profesor Mariano Baquero . En esto , una tromba de estudiantes a la carrera atropelló al Decano arrastrándolo al suelo Ninguno se detuvo. Oído el estruendo , el joven profesor se apresuró a salir y recogió al caído trasladándolo al despacho del profesor Baquero para los primeros auxilios . Los comentarios de ambos catedráticos hicieron comprender al joven profesor que los tiempos venideros no serían fáciles para esstos maestros acostumbrados a mayor calma y respeto , valga la suave ironía .
La segunda anécdota fué campera y reivindicativa . El rector Batlle venía gobernando la universidad con amable cara y mano de hierro . Y un mal día , se encontró con que los estudiantes de Letras y Derecho habían realizado una manifestación de protesta , todo lo tumultuaria que los tiempos podían permitir . Al final , en el centro del pequeño campus amontonaron docenas de periódicos y les prendieron fuego .
! Hic Troya fuit ! El rector contemplaba la escena desde la ventana de su despacho , tercera planta . Con calma y decisión , ordenó a su secretaria que llamara a los grises (la policía). Dicho y hecho , la entrada al campus tenía dos puertas de hierro y , a la media hora , dos coches policiales cortaron salida-entrada , mientras una docena de enardecidos seguía gritando y saltando en derredor de la hoguera . Todos fueron llevados a comisaría . Y dos expedientados y expulsados de la universidad .
Ciertamente , algo estaba cambiando . Era necesario tomar algunas medidas , para que aquello no se desmadrara y fuera gradual y adecuadamente ajustándose .
El joven profesor , en su pequeño territorio , tomó dos , a cual más extraña y sorprendente , que harían reir a los estudiantes de ahora .